El cumplimiento de las metas fijadas por la ONU

Balance de los Objetivos del Milenio

Los porcentajes de infradesarrollo se han reducido en 10 años, pero quedan realidades impactantes

RICARD GOMÀ

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Hace 10 años este diario mostraba la historia de tres niñas mozambiqueñas halladas por Unicef en una zona rural, huérfanas y desnutridas, por el impacto de la guerra y el sida. Su situación ilustraba la vulnerabilidad severa de cientos de millones de personas. Hoy, Laura, Grenilda y Anastasia podrían ser aún el rostro de un dolor persistente. En el 2000, la ONU adoptaba los Objetivos del Milenio. Se establecía por primera vez una agenda de acción global orientada a alcanzar, en 15 años, hitos medibles de desarrollo humano. Los resultados han sido desiguales: avances claros al lado de realidades desoladoras. Revisemos los elementos clave.

Los Objetivos del Milenio planteaban tres metas principales: reducción a la mitad de la malnutrición, la pobreza extrema y la mortalidad infantil (0-5 años); escolarización básica universal; y aumento sustancial de personas con acceso a agua potable y servicios de saneamiento. El hambre se ha reducido en 15 años del 19% al 12% de la población mundial y la pobreza extrema del 40% al 19%. Pero tras los porcentajes se ocultan realidades impactantes: 780 millones de personas pasan hambre y 836 millones viven hoy con poco más de un euro al día. La mortalidad infantil se ha recortado a la mitad, pero 16.000 menores de 5 años mueren cada día por enfermedades curables en sitios desarrollados. Se ha logrado una tasa alta de inclusión educativa (91% en primaria) y una fuerte reducción de la exclusión hídrica. Tampoco aquí los avances nos pueden dejar tranquilos: hay 57 millones de niños desescolarizados y 663 millones de personas sin acceso cotidiano a agua potable.

Son datos que nos hablan de un mundo donde la vida y la existencia digna no están garantizadas. Y son también el espejo en el que se reflejan las grandes desigualdades entre hombres y mujeres, entre el norte y el sur, entre el mundo urbano y el rural. El número de hogares en pobreza extrema cae; pero la feminización de la pobreza crece. Las mujeres superan en un 17% a los hombres en hogares pobres -el doble del año 2000- y la brecha salarial a igual trabajo sigue alrededor de un 24%. El sur expresa la injusticia. En el África subsahariana la pobreza extrema afecta al 41% de la gente, tres millones de niños pequeños mueren cada año, y una de cada tres personas vive sin acceso a agua potable: África dibuja una geografía humana de exclusión intensa. Más de la mitad de la población mundial vive hoy en entornos urbanos, pero el acceso a servicios básicos es un espejismo para 880 millones de personas, que residen en condiciones de marginalidad urbana. Aún así, el mundo rural multiplica por cuatro la tasa urbana de exclusión hídrica, y solo un 56% de los nacimientos rurales son atendidos por personal capacitado (un 87% en las ciudades).

Un mundo injusto y desigual, donde el futuro del planeta sigue amenazado: las emisiones de dióxido de carbono han aumentado un 50% entre 1990 y 2015. Donde los conflictos armados siguen operando como el obstáculo principal al desarrollo. Hoy hay 60 millones de personas desplazadas, el nivel más alto desde la segunda guerra mundial. Los niños, por su parte, representan la mitad de toda la población refugiada bajo responsabilidad del ACNUR. A finales del 2015 el mundo sigue surcado por realidades de sufrimiento moral indignantes y políticamente evitables. En septiembre, la ONU adoptó los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible 2015-2030. Se afirma el objetivo de erradicar el hambre, la pobreza extrema y la violencia contra las mujeres; expresa la meta de acceso universal al agua, a los servicios de saneamiento ya la educación primaria y secundaria. Quedan en cambio en un terreno retórico el combate contra las desigualdades, la acción por el clima, o la lucha contra el comercio de armas.

Se trata de una agenda que hay que transitar; una agenda que muestra también los límites que impone la estructura de poder realmente existente: la codicia de una minoría potente y desvinculada del bien común. La cooperación sigue lejos del 0,7%; la deuda de los países empobrecidos no se aborda con reglas justas; el gasto militar galopa, cuando una reducción global del 2% liberaría recursos para alcanzar en esta década los nuevos objetivos. La lógica de la guerra se instala como forma de resolución de conflictos; y Europa es incapaz de arbitrar una respuesta humana al drama de los refugiados. Hay, eso sí, un horizonte de esperanza. Crece una ciudadanía activa que genera vínculos solidarios; crece un nuevo municipalismo que articula valores democráticos y políticas de acogida. Barcelona ha sido siempre al frente de las redes locales por otro mundo necesario. Ahora fortalece la apuesta por un mundo nuevo ya en construcción, convencidos, como dice el proverbio, de que es mejor encender una luz que maldecir la oscuridad.

Profesor de Ciencia Política (UAB).