Más alcohol, que esto no lo aguanto

El proceso catalán ha muerto, si es que alguna vez ha estado realmente vivo en los sitios donde realmente habita el poder

Antonio Baños abraza a Anna Gabriel, durante la jornada de trabajo de la CUP en Manresa, el 29 de noviembre

Antonio Baños abraza a Anna Gabriel, durante la jornada de trabajo de la CUP en Manresa, el 29 de noviembre

JOAN GUIRADO

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El proceso ha muerto, si es que alguna vez ha estado realmente vivo en los sitios donde realmente habita el poder. La ilusión reflejada en la calle, donde ha latido con más fuerza un movimiento que se creía realmente capaz de cambiar las cosas y hacer algo nuevo, se ha traducido en frustración cuando ha llegado a las instituciones. Y no es culpa de uno u otro, es culpa de todos.

Somos muchos a quienes se nos ha acabado la paciencia. El 27 de setiembre, el proceso catalán empezó a enterrar todas las ilusiones que se habían creado. No había mayoría para ir hacia adelante con la ruptura. Ni siquiera había mayoría. El partido ganador obtuvo 62 escaños y el resto, el que más, no llegó a los 30. Ninguna suma hace mayoría, porque dos no suman si uno no quiere.

Hace más de un año el 'conseller' Felip Puig sentenció que no era el momento de votar. Y el tiempo le ha dado la razón. Le tomaron por loco, pero la experiencia es un grado. El país hoy no está suficientemente maduro para empezar la construcción de un nuevo estado. Y con los movimientos de las últimas semanas, creo que ha quedado claro. Es más, yo con todos estos actores no quiero empezar nada. Más vale malo conocido que bueno por conocer.

Unas nuevas elecciones, sin una gran campaña ni todo aquello que nos cueste demasiado dinero público, porque los mensajes son muy claros y los hemos repetido hasta la saciedad hasta hace muy poquito, son un mal menor para solucionar un problema que hoy es más evidente que nunca. Catalunya necesita tener un gobierno fuerte que deje de hablar solamente sobre qué quiere ser de mayor, para hacerse mayor. Repetir sin cesar qué queremos ser, mientras dejamos gente a merced del viento bajo los puentes, no es una buena cosa. Porque seremos lo que tengamos que ser, lo que entre todos y la mayoría decida qué quiere ser, si estamos todos juntos. 

Unos han demostrado que su No era el veto a una persona. Otros, que esa persona era intocable. Al final, la rabia y el partidismo se han convertido de nuevo en ganadores. Cosa de la vieja política disfrazada de nueva, esa del putaramonetismo, que ha pasado del 'això no toca' al 'sí crític'. Por cierto, un sí crítico que, en esta ocasión, ni se ha puesto sobre la mesa. 

300 años más tarde, con centenares de personas que han muerto luchando por la libertad, nos encadenamos a un nombre y diez personas. Y justo cuando nos toca lanzar el penal en una portería sin portero, después de un campeonato duro y con obstáculos, nos lo jugamos todo a una bola, y decidimos no lanzarla, por miedo.

No se trata de que el voto de 300.000 personas deba cambiar lo que votaron 1.600.000. Ni tampoco que algunos quieran hacer incumplir a una formación política lo que dice su programa ni lo que dijeron en campaña, cosa a la que estamos muy habituados. Se trata de llegar a un acuerdo. Nadie es imprescindible, pero no podemos prescindir de nadie. Ni tampoco es justo que alguien que acaba de llegar quiera cargarse a quien más ha hecho por llegar hasta aquí. Esto es política.

Despejad las agendas, que para marzo volveremos a hacer una excursión a las urnas. Al final, sí que seremos democráticos. Votaremos cada año, para no sabemos bien el qué. Y, si vamos a unas nuevas elecciones, estatutos de la CUP en mano, estos diez diputados no se podrán volver a presentar, ¿no? Y, Artur Mas, ¿encabezará una lista de CDC con independientes? ¿La presidencia se la disputarán Arrimadas Junqueras? Y, ¿qué papel pasarán a tener PSC, Catalunya sí que es pot y el PP? 

Traigan otra caja de ginebra que, para aguantar las sobremesas de esta navidad me tendré que emborrachar. Dicen que así uno ve las cosas más claras, ¿no?