La radicalización islamista

El yihadismo se alimenta de una letal combinación de frustración y captación

KERMAN CALVO

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La mayoría de los terroristas yihadistas protagonistas de los ataques en suelo occidental son individuos radicalizados cuyas acciones son resultado de cambios profundos de naturaleza personal y relacional, que han de ser comprendidos en todos sus matices si se desea actuar sobre las raíces del problema. Pues bien, ¿qué sabemos sobre la radicalización islamista?

En primer lugar, sabemos que descansa en una simplificación deliberada y malintencionada del islam, que sirve bien a las necesidades de personas antagonizadas tanto con la sociedad en la que viven como con las tradiciones religiosas y prácticas de sus familias y comunidades. Los radicales islamistas son ávidos consumidores de algo que Olivier Roy ha denominado «islam universal»; es decir, una nueva, más sencilla y a menudo inexacta manera de entender la religión musulmana, construida a retazos a través de informaciones extraídas frecuentemente de internet. Este islam universal insiste en el conflicto con Occidente y diseña una supuesta agenda global y única de todas las personas musulmanas, pero además se desmarca de las formas de religión institucionalizadas comunes en países como Francia o el Reino Unido.

Sabemos también que la radicalización bebe de una letal combinación de frustración y captación. La frustración se materializa de maneras muy diversas y varía según los contextos. Contra la creencia generalizada de que son siempre personas excluidas socialmente las que se radicalizarán hasta el punto de llegar a cometer actos terroristas, hay que recordar que muchos de los terroristas suicidas en suelo europeo o norteamericano no eran excluidos sociales. La radicalización está vinculada a sentimientos de injusticia y humillación, que son activados por redes de captación y reclutamiento (redes que combinan el contacto personal, como en las cárceles, y el proselitismo on line). La marginalización, la pobreza y la exclusión facilitan la radicalización, sin duda, y por lo tanto pueden abrir el camino hacia el terrorismo. No obstante, la clave está en observar cómo los individuos dibujan su encaje en el entorno, y particularmente, qué agentes movilizadores existen dispuestos a activar o a inducir sentimientos de frustración y enfado.

Por último, sabemos también que la radicalización discurre en fases más o menos sucesivas, que algunos individuos completarán en su totalidad, pero -lo que es muy importante- la mayoría no. Tras romper con el entorno previo a la radicalización se inicia una andadura que pasa por una asimilación acrítica de los postulados más radicales de corte salafista, que derivan en odio hacia Occidente, pero también en una crítica despiadada hacia el estado de incredulidad. La yihadización sería únicamente la última -y evitable- fase, momento en el que se acepta la participación individual en la guerra santa, se planea el desplazamiento físico a zonas de entrenamiento y, desgraciadamente, se acepta la participación en acciones terroristas suicidas.