40 ANIVERSARIO DE UN GRAN INTELECTUAL

Vendrá la muerte

Quienes queríamos idolatrar a Pasolini, aprendimos en sus versos a estar con él y contra él

JUAN VILLORO

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En diciembre de 1975 llegué a Roma como en una novela de Cesare Pavese: al mismo tiempo que los vendedores de castañas. Un mes antes había sido asesinado Pier Paolo Pasolini. No se hablaba de otra cosa en la ciudad de las siete colinas.

Pagué mi pasaje a Europa trabajando en un barco carguero y contaba con ocho dólares diarios para sobrevivir en un voluntario vagabundeo. Me instalé en el albergue juvenil, junto al Estadio Olímpico, en las afueras de la ciudad. Las fogatas de las prostitutas hacían arabescos de sombra en el cristal translúcido de nuestro cuarto con veinte literas. Al cabo de unos días me mudé a un albergue cristiano, más céntrico. Por las tardes iba a las oficinas de L'Unitá, órgano del Partido Comunista, a leer gratis el periódico que se colocaba en los muros al modo de un dazibao. Pasolini, expulsado del partido por "inmoralidad sexual", era el tema obsesivo de los artículos.

Había leído su libro de poemas Las cenizas de Gramsci, su novela Teorema, que luego llevó al cine, y Ragazzi di vita, traducida como Muchachos de la calle. Admiraba sus versiones cinematográficas de Edipo Rey, El Evangelio según San Mateo, El Decamerón, Las mil y una noches y Los cuentos de Canterbury, y me había horrorizado con Salò o los 120 días de Sodoma, retrato de una orgía fascista. Pasolini unía dos convicciones que yo trataba de emular, el comunismo y el catolicismo, preconizaba la libertad sexual y era un extraño pionero en la interpretación cultural del fútbol. Fanático del equipo de su ciudad natal, el Bolonia FC, jugaba en una liga de aficionados como imaginativo extremo izquierdo y describió la final del Mundial de México-70 como un triunfo del "fútbol de poesía", representado por Brasil, sobre el "fútbol de prosa" de Italia.

Decir que lo admiraba es rebajar la idolatría. Sabía que cenaba a diario con el novelista Alberto Moravia y pensaba verlo de lejos en ese restaurante, sin dirigirle la palabra.

En un espléndido artículo publicado en el periódico mexicano Crónica, Francisco Báez Rodríguez recordó la forma en que el autor profetizó su muerte. A propósito del asesinato de dos chicas de barriada a manos de unos jóvenes ricos de derecha, Pasolini había polemizado con Italo Calvino. De acuerdo con el autor de El barón rampante, ese crimen reflejaba la decadencia moral de la burguesía. Pasolini sostenía, por el contrario, que la violencia podía emanar de cualquier zona de la sociedad.

Al día siguiente de escribir su respuesta, conoció a un chico de barrio cerca de la estación de trenes, salió con él y fue asesinado. "De una manera sorprendente, con su propia muerte, ganaba el debate", escribe Baéz Rodríguez.

Desde su película Accatone, que narra la vida de un ladrón, Pasolini captó el mundo del joven sin expectativas. En un texto alrededor del fútbol, publicado en 1963, dejó esta estampa de alguien que podría ser su asesino: "Fue un mal hijo, un mal estudiante, sin culpa. Pálido, con los ojos azules bordeados de negro y de sangre, quizá también tísico, en cualquier caso femeninamente débil: predispuesto, por un terrible destino, a ser un posible espía, un rufián, un traficante de cocaína, un productor de espectáculos de cuarta categoría […] Él es 'el Dios', llevando en el corazón la miseria de miles de pobres diablos veinteañeros llegados de la provincia -torpes como jabalís, tímidos como sus primas; envilecidos, estúpidos- para comerse cada uno su porción de vida, tirándola. ¿Sobre cuántos cuerpos pasará?". En forma anticipada, Pasolini trazó el amoroso retrato de su verdugo, como si citara a Cesare Pavese: "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos".

En su película Caro diario, Nanni Moretti visita la playa de Ostia donde el poeta y cineasta fue asesinado. Durante cinco minutos recorre en motoreta esa desolada región suburbana, al compás del Concierto de Colonia, de Keith Jarret. Finalmente se detiene, junto a una cancha de fútbol de hierba crecida y seca. Un pequeño monumento, con la hoz de la esperanza, recuerda a la víctima. El sencillo retrato de un vacío. Ante la tumba de Gramsci, Pasolini sintió las ambivalentes tensiones que un maestro provoca en quien desea pensar por cuenta propia: "El escándalo de contradecirme, de estar/ contigo y contra ti, contigo en el corazón,/ en la luz; contra ti en las oscuras vísceras". Hace 40 años murió Pier Paolo Pasolini. No quiso la beatitud del santo ni la devoción del líder. Supo pensar. Quienes queríamos idolatrarlo, aprendimos en sus versos a estar con él y contra él, en el escándalo de contradecirnos.

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