Una historia de muros

Los grandes relatos de ficción muchas veces pueden ser el reflejo de los dramas de nuestra realidad

JOAN B. GALÍ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hechos de piedra, ladrillo o metal. Algunos altos e imponentes, otros que a duras penas proyectan sombra. Todos ellos, los muros, han servido para delimitar con un corte limpio eso que queremos de lo que no. Nos hemos refugiado tras ellos durante siglos ya sea de tempestades, peligros nocturnos o supersticiones. En muchos casos también de otras personas. Murallas, paredes, rejas, todas ellas son una imposición en el espacio que clama: "A partir de aquí prevalecen mis valores". También funciona a la inversa: el muro puede ser un lugar donde recluir todo lo que nos incomoda, una 'Caja de Pandora'.

Uno de los más célebres de esta década ha sido el 'Muro en el Norte' de 'Juego de Tronos'. George R.R. Martin nos lo describe como una ingente masa de roca y hielo que haría palidecer la Muralla China. ¿Su función? Mantener a ralla a aquellos que los 'Siete Reinos' denominan los pueblos salvajes. Estos, en el norte, sobreviven con lo que tienen mientras en el sur se festeja con vino y manjares (cuando no hay trifulcas heráldicas). Pero como bien repiten "se acerca el invierno". Cuando la escasez y el peligro se cierne sobre los "salvajes" estos deciden irse al sur, donde, por lo menos, ven un futuro mejor. Las puertas pero siguen cerradas. Que indignación despierta eso en el espectador. ¿Es qué no se dan cuenta los vigilantes de que son sus iguales? ¿Qué no ven que tienen un enemigo en común? Finalmente, por suerte y alivio nuestro, algunos descubren que han estado ciegos por sus prejuicios y miedo, les dejan pasar.

Tristemente la ficción a veces es el espejo de la realidad: en el Occidente del siglo XXI también tenemos nuestro 'Muro en el Norte'. Las analogías son demasiado evidentes, con una excepción: nosotros, los europeos hacemos gala de ser el arca de los Derechos Humanos, no somos un reino de déspotas. No obstante plantamos quilómetros de vallas para separar-nos de los grandes desastres y la realidad mayoritaria del mundo. Aislamos los problemas en vez de intentar ayudar desde nuestra situación privilegiada. No queremos que nuestro querido espacio Schengen se ensucie con la patina del hambre, la desigualdad y la muerte. Pero de nada sirve apartar la mirada de más allá del muro cuando la realidad llega flotando a nuestras orillas. Aquellos que llamábamos los otros, los "diferentes" empiezan a tener nombre, cara e historia y nos vemos reflejados en ellos. ¿Será que este tipo de injusticias no suceden solo en las epopeyas fantásticas? Un escalofrió recorre ahora la espalda de Europa que se da cuenta de que el invierno ya ha llegado a muchos de estos países y que por más muros que se levanten, tarde o temprano nos alcanzará. ¿Seremos listos y abriremos las puertas? ¿Veremos el enemigo común que es la pobreza y desigualdad? 

Publicado en Atzucac.cat