Análisis

Oportunidad y futuro

A veces se sigue interpretando el hecho de ingresar en una residencia como un signo de fracaso del soporte familiar

RAMÓN MIRALLES BASSEDA

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María Rosa aría Rosaingresará mañana en una residencia para personas mayores. En los últimos años ha sufrido dos intervenciones quirúrgicas y varias hospitalizaciones. Ahora no puede valerse por sí misma y a sus 81 años se siente cansada.  Lleva casi dos años viviendo en casa de sus hijas, que le han mostrado su cariño cuidándola y acompañándola en todo momento. Por un lado se siente triste porque no puede volver a su casa, pero por el otro, siente el alivio de no ser una carga para su familia. Ha sido una decisión larga y difícil.

En la cultura mediterránea, a veces se sigue interpretando el hecho de ingresar en una residencia como un signo de fracaso del soporte familiar. Esta idea puede generar falsos sentimientos de culpabilidad en hijos, hijas, esposos y esposas. Aunque no es posible generalizar y por supuesto debe respetarse la individualidad de cada caso, muchas familias se llevan la grata sorpresa de que el ingreso en la residencia se convierte en un estímulo que facilita las relaciones sociales, así como otras actividades terapéuticas y recreacionales (fisioterapia, talleres de habilidades, grupos de conversación, música, juegos de mesa...). Actividades que a veces no es posible ofrecer en el domicilio, en donde la familia cuidadora debe afrontar otras responsabilidades (trabajo, hijos pequeños…). Durante muchos años las instituciones de ancianos han sido vistas como espacios al margen de la sociedad, contaminados a veces por la falsa idea de un entorno profesional poco cualificado. Sin embargo, en el momento actual el entorno de los recursos residenciales, tanto en el ámbito público como en el privado, ha dado pasos de gigante hacia una mejora de la calidad asistencial y de la cualificación de sus profesionales. Este hecho permite en ocasiones que el ingreso en una residencia pueda verse como una etapa más avanzada en la prestación de los cuidados que se necesitan y no como un fracaso de la estructura familiar.

LOS CUIDADORES

Afortunadamente, la población anciana no es homogénea y entre ellos conviven ancianos con buen estado de salud, con otros que están enfermos y discapacitados. Muchas veces los primeros hacen de cuidadores de los segundos, así no es infrecuente encontrar hijas sexagenarias que cuidan de sus padres octogenarios, o esposos con edades similares en los que uno hace de cuidador del otro. Estos ancianos ayudan a sus familias, a la vez que están contribuyendo al Estado del bienestar ejerciendo de cuidadores, ya que de no ser así muchos de estos cuidados deberían ser proporcionados por otros proveedores de servicios sanitarios y/o sociales públicos o privados. Esta sociedad está en deuda con este colectivo de ancianos. Responsables políticos, profesionales y familiares tenemos el deber moral de proporcionar en el futuro la mejor atención posible a estos ancianos cuidadores, que con su esfuerzo actual contribuyen a mantener el Estado del bienestar. Mañana, María Rosa ingresará en la residencia, descubrirá profesionales que cuidarán de ella y seguirá teniendo el cariño de sus hijas. Y un recuerdo para Agramunt y sus personas mayores fallecidas, sus familiares, cuidadores y profesionales. Ojalá que esta tragedia sirva para recordar que debemos trabajar para mejorar un sector que posiblemente algún día todos necesitaremos.