#ouyeah

Ojalá te mueras

RISTO MEJIDE

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ojalá te mueras. Creo que es lo más bonito que se le puede decir a alguien. Creo que es lo más bonito que me han podido desear jamás. Ojalá te mueras. Así, sin fecha concreta, pero también sin escapatoria. Sin remedio. Sin concesiones. Gracias, cariño mío. Y tú que lo veas, corazón. Anda, alcánzame otro panellet. O mejor aún, 100 gramos de carne roja procesada. Da igual.

Hoy que nos acordamos de todos aquellos a los que alguien tuvo el valor de ponerle nombre de santo. Seres que ya obraron el milagro más grande que existe, que consiste en dejar a gente que se empeñe en recordarles, que esté dispuesta a echarles de menos, que se pregunte cada año por qué ya no están. Hoy que los cementerios se convierten en el afterhours de cualquier vida y las flores en el chocolate con churros de la defunción. Hoy que importamos miedo en forma de happymeal, hoy que de pronto la OMS descubre que de algo tenemos que morir y que nadie sospecha de sus «sanas» intenciones, hoy que todos somos un poquito más descendientes que condescendientes, hoy deberíamos desearnos entre todos una muerte como cada dios mande. O mejor aún, una muerte más al azar.

Hoy te deseo con todo el alma, ojalá te mueras. Porque eso, para empezar, significa que habrás tenido que estar vivo alguna vez. Es la única condición necesaria para morirse. Haber vivido de verdad. Quedarte sin aliento por encima de tus posibilidades, saber hacer algo más allá del acto reflejo que supone respirar. El vivo al hoyo, sí, porque cuánto vivo aún no sabe a ciencia cierta si realmente lo está.

Ojalá te mueras. Por lo que implica también de hacerte un regalo personalizado. Que alguien esté deseando algo para ti y para nadie más. Algo que en principio ya te iba a ocurrir sin necesidad de empujoncitos, pero parece que de pronto hay prisa por que te ocurra a ti y no a otro. No es maravilloso. Tú el primero. Tú antes que el resto de los mortales, que curiosamente siempre son los demás.

Pero es que encima te dice que ojalá te mueras de verdad. Morirse tanto como para dejar de existir. Morirse a lo bestia. Morirse de punto y final. Dejar un hueco imposible de rellenar. Porque eres tan grande como el vacío que dejas. Es el principio de Arquímedes existencial. Un cuerpo total o parcialmente sumergido en una vida recibe un empuje de abajo hacia arriba igual al peso de los recuerdos que deja tras de sí. Y el resto es la nadería más vacua. El resto es pasar por la vida como quien no está.

Y eso sí, que no te engañen. Nadie se acuerda de alguien que no molestó jamás. Para dejar recuerdo es necesario, primero, incordiar bien incordiado. Haber ocupado un espacio. Ocupado de okupar. Instalarse ahí sin pedir perdón ni permiso. Esculpir un Chillida en vida ajena. Y es que en cuanto ocupas algún lugar, el que sea, molestas a alguien que ansiaba ese espacio tuyo para pasar, porque lo consideraba suyo, o simplemente para observar la vida a través de él, o para no hacer nada, es lo mismo, da igual.

Así que no te extrañe que haya gente a la que tengas, literalmente, que apartar. Porque son o ellos o tú. Y ojo, tómatelo siempre como un homenaje. Que alguien se postule como tu Valentino Rossi significa que ese alguien te considera todo un Márquez. Y hoy por hoy existen pocos más grandes que Marc. Piénsalo la próxima vez que alguien intente empujarte y tirarte al suelo. Todo cadáver sirve de adoquín para una nueva vida por asfaltar. Es ley de vida, independientemente del qué dirán.

Ojalá te mueras, sí, pero no cuando te lo deseen, sino cuando a ti te apetezca acabar.

Mientras tanto, devuélveles una sonrisa cada vez que te lo deseen.

Y mírales con la insolencia de quien sigue vivo otra jornada.

Y mírales con la satisfacción de quien sí lo sabe disfrutar.