Ante la declaración independentista del Parlmanet

Desconexión democrática

Con lo lo único que desconecta el texto de Junts pel Sí y la CUP es con los principios del estado de derecho

FRANCISCO CAAMAÑO

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Leí el martes, desazonado y perplejo, la propuesta de resolución suscrita por los portavoces de los grupos parlamentarios Junts Pel Sí y Candidatura d'Unitat Popular presentada ante la Mesa del Parlament de para su discusión y votación en pleno.

Consta de nueve puntos, cada cual más próximo a la ceguera totalitaria y más alejado de una idea cabal de lo que comúnmente entendemos por política. Si días atrás me sorprendí al presenciar la extraña comparencia en una comisión de investigación de un president que ya no lo era y del que se desconocía si obtendría o no la confianza de la Cámara para renovar su mandato, ahora mi capacidad de asombro desborda toda previsión razonable.

Por un momento quise pensar que esa proposición no de ley era el precio que Convergència pagaba para volver a presidir la Generalitat. Pronto abandoné ese pensamiento. Me resistí a pensar que además del sentido común se había perdido la vergüenza. Ni la democracia tiene precio, ni la convivencia ciudadana puede ser moneda de cambio de ambiciones personales o partidarias.

Prefiero creer que los firmantes de la iniciativa, arrastrados por la inercia en un nuevo escenario electoral, no fueron del todo conscientes de lo que allí habían escrito. Con absoluto desprecio de la pluralidad y la diversidad que tanto reivindican, dicen hablar en nombre de todos los hombres y mujeres de Catalunya e instrumentalizan una institución, el Parlament, creada para ser la casa de todos, con el solo propósito de ponerla al servicio exclusivo y excluyente de su voluntad. Si creen que es un gesto de valentía política se equivocan. Han perdido mucho más que las formas y el mínimo respeto hacia quienes, sin pensar como ellos, se sientan en la misma Cámara.

Fue Sócrates quien escribió que el orgullo engendra al tirano. A su entender, cuando inútilmente se acumulan imprudencias y excesos, remontándose sobre el más alto pináculo, el orgullo se precipita en un abismo de males del que no hay posibilidad de salir. Puedo comprender que tras las elecciones del 27 de septiembre los independentistas catalanes tengan herido su orgullo. Pero como demócrata considero inaceptable su coqueteo con la tiranía. Y la proposición es eso: desprecio a la democracia, desprecio a las instituciones, desprecio a la política y desprecio al valor de palabra. No es un texto que abra un camino para una «desconexión democrática, masiva, sostenida y pacífica con el Estado español» (punto siete). Es algo mucho peor. Se trata de un texto que desconecta con el Estado de derecho y con la democracia.

Los parlamentarios de lo grupos proponentes fueron elegidos para representar a la ciudadanía y no para abrir un unilateral y secesionista proceso constituyente. Fueron elegidos para dialogar y no para imponer. Para conformar una voz de Catalunya que represente a una amplia mayoría de catalanes y no para sustituir inconstitucional y antidemocráticamente su particular voz por la voz de todos los catalanes.

Es falso que una mayoría de escaños del Parlament «sea depositaria de la soberanía y expresión del poder constituyente» (punto sexto). Sin entrar ahora en la inconstitucionalidad de esa aseveración, el solo hecho de pensarlo, es traicionar la realidad política. La otra mitad del Parlament también representa al pueblo catalán y expresa sus inquietudes. Los autores de la iniciativa no son más catalanes que los otros diputados, ni su Catalunya es más Catalunya que la de los demás. Al orgullo herido del independentismo comienza a molestarle la democracia y la representación parlamentaria. Les sobran los demás y solo se acuerdan de que existen otros catalanes para proclamar «la apertura de un proceso constituyente, participativo, abierto, integrador y activo» (punto tercero).

Pues bien, si tan integradores, participativos y abiertos son, ¿por qué no hacen lo mismo y se lo piensan antes de pretender proclamar con su sola y reducida mayoría la apertura de un ilegal proceso constituyente? Cuando se agitan los pilares de la convivencia bueno es detenerse y, antes de seguir, pensar las consecuencias. Si desconectar con España significa desconectar con parte de Catalunya, con el Estado derecho y con la democracia es evidente que quienes se equivocan no son los demás.

Catedrático de Derecho Constitucional y exministro de Justicia.