Al contrataque

La nueva casa grande

ERNEST FOLCH

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Descifrar los resultados en las horas posteriores a unas elecciones es tan difícil como vislumbrar el fondo de un lago después de lanzarle una piedra: todo está demasiado movido como para ver nada. Tras unos días, y desvanecidas las múltiples tergiversaciones de los resultados, las aguas empiezan por la fuerza de los hechos a hacerse transparentes otra vez. En la propia digestión de las elecciones ha habido la ingestión de la declaración de Mas ante la fiscalía, que paradójicamente ha hecho evolucionar el 27-S otra vez hacia el punto del 9-N.

De repente vemos reagrupamientos más propios de entonces que de ahora: sorprende que Junts pel Sí, la CUP, Ada Colau con Barcelona en Comú y Catalunya Sí que es Pot converjan sin matices en su solidaridad con Mas y su defensa de las urnas del 9-N, curiosamente tras un plebiscito que debía separarles. O lo que es lo mismo, el famoso día después, el 28-S, que tanta literatura generó y tan poca sustancia ha creado, se parece mucho más al 9-N que a sí mismo. Y es que el soberanismo se va dando cuenta, en la compleja digestión del 27-S, que se obtuvo un gran resultado, pero curiosamente se perdió el plebiscito, como ya anticipó la misma noche electoral la propia CUP, una formación que es aún suficientemente ingenua y honesta para no confundir sus deseos con la realidad. Es decir, se perdió toda capacidad para hacer la DUI, que es lo mismo que decir que se envió el unilateralismo a la nevera. En cambio, el 27-S ha demostrado que el auténtico común denominador de la política catalana es el derecho a decidir , que empieza a huir de su propio eufemismo y se transforma por fin en referéndum, la palabra de verdad y por cierto cada vez más utilizada, síntoma de su nueva centralidad y que se usa ya en su conjugación directa, sin extraños placebos.

Derrota del estatu quo

En torno a la nueva casa grande del referéndum hay ahora el único gran consenso de la política catalana, con 83 escaños, susceptibles de convertirse en más de 90. Por mucho que lo maquille el gran resultado de C's, el estatu quo recibió una severa derrota el 27-S, y el independentismo unilateral ganó abrumadoramente en escaños pero no tiene fuerza para entrar en una agenda internacional prioritaria. Cierto, a Alex Salmond le bastó el 44% de votos independentistas para legitimarse rápidamente, pero tenía delante un Estado flexible e inteligente. En Catalunya la paradoja hoy es que la gente, a pesar de no haber podido votar el 9-N ni plebiscitarse plenamente el 27-S, sigue pidiendo a gritos lo que aún no le han dejado hacer: un referéndum. No una xocolatada, ni un ensayo general en unas autonómicas sino un referéndum de verdad, vinculante y decisivo. A veces hay que dar un paso atrás para reagruparse y poder dar dos o tres pasos adelante. Guste o no, hará falta una tercera oportunidad.