Al contrataque
Desfile de zombis
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
Treinta y un días: la distancia exacta que tienen el soberanismo y la hispanidad para medirse cada año en Catalunya. Un mes y un día que sirven para algo más que para calibrar la distancia sideral de masa crítica que hoy los separa. Mientras unos mueven millones de personas con la facilidad y la soltura de un macroacontecimiento, los otros tienen terribles dificultades para alcanzar cifras paupérrimas de cuatro dígitos. Este año, el panorama de la plaza de Catalunya era grotescamente desangelado, y si no llega a ser por las banderas ni siquiera habríamos sabido si aquello era una manifestación o una vaga aglomeración de turistas dando de comer a las palomas. En una ciudad capaz de acoger semanalmente acontecimientos multitudinarios, es casi una hazaña lograr un número tan paupérrimo de manifestantes.
Y es que la cantidad irrisoria de manifestantes del 12-O en Barcelona sería en sí misma la noticia si no fuera por la calidad de sus símbolos, tan carpetovetónicos que parecían sacados expresamente para un desfile de disfraces. Los cuatro símbolos fascistas exhibidos, más que dar miedo, como pretende un cierto independentismo que tiende a victimizarse, daban risa y explican muy bien el arrinconamiento en que se halla la triste ultraderecha catalana. Que a la fiesta se sumara Albiol, con su fracaso electoral a cuestas, confirma hasta qué punto esta celebración es ahora un puro ejercicio de marginalidad. Lo noticiable no son los que estaban, sino los que no fueron. No los que estaban allí como zombis sino los que se quedaron en casa porque se avergüenzan de la fauna.
Un asunto de friquis
El carnaval hispánico del lunes en Barcelona puso de manifiesto el viaje inverso que han hecho el independentismo, de la marginalidad a la centralidad, y la hispanidad, que ha ido del mainstream al ostracismo más casposo. La defensa pública de la unidad de España en Catalunya parece hoy un asunto de friquis, como demuestran iniciativas como Sociedad Civil con sus anuncios pagados no se sabe por quién, sus articulistas de medio pelo escribiendo al dictado del partido y su presidente teniendo que dimitir, pescado con las manos en la masa de las injurias, que agrandan la sensación de que el españolismo, hoy, no tiene quien le escriba.
Esta hispanidad tiene serios problemas para sacarse de encima los dos fantasmas que la persiguen: el franquismo, que algunos todavía no han condenado, y el racismo, como recordaba Ada Colau en su mención del genocidio indígena. Con esta mochila siniestra quizá es más fácil entender por qué un movimiento que tiene todavía una masa importante de votantes, independientemente de que ya no sean mayoría, tiene tan pocos feligreses en la calle. Pero, ojo, porque hay quien cree que no existe solo porque no lo ve. Habrá que recordar que en política el sentido de la vista es el más intrascendente.
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