La resaca electoral

27-S: televisión en campaña y pensiones

Las grandes cadenas, con canales para cada audiencia, han llegado a toda la sociedad catalana

ENRIC MARÍN

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La campaña del 27-S promete dar tema para más de una tesis doctoral. En el campo de la comunicación política, seguro. Las dos obsesiones recurrentes del relato fantasioso sobre las razones del crecimiento sostenido del soberanismo son el sistema escolar y TV-3. Teoría paranoica del adoctrinamiento. Para desmontar la imagen del supuesto papel adiestrador de la escuela catalana no hay que invertir ni una milésima de segundo. En cuanto a TV-3 (con todos sus defectos, la mejor televisión de las que emiten en España), su capacidad de penetración social es lamentablemente minoritaria.

Los hechos son tozudos. La oferta pública y privada producida desde Catalunya es notoriamente minoritaria. A duras penas obtiene el 20% de las audiencias. El otro 80% está en manos de operadores radicados en Madrid. Como es sabido, el panorama televisivo español está dominado por el duopolio de Atresmedia Corporación y Mediaset. También en Catalunya. Estos dos colosos representan casi el 60% de las audiencias agregadas y captan el 90% de los recursos publicitarios. Disponen de una oferta temática e ideológicamente diversa que les ha permitido segmentar audiencias y especializar canales. En el caso de la campaña catalana, esta capacidad de segmentación de audiencias ha permitido modular diferentes mensajes para llegar con eficacia a una sociedad tan plural como la catalana. Han desarrollado la parte más efectiva de la campaña por el no. Más eficaz que la campaña estereotipada de los partidos unionistas. Lamentablemente, una de las características de la cultura política española (¡y de la catalana!) es la promiscuidad entre sistema político y el sistema comunicativo. De modo que a nadie debe extrañar el posicionamiento descaradamente antisoberanista de los operadores televisivos españoles. Ni que hayan sido premiados por el Gobierno de Rajoy en el reciente reordenamiento del espacio radioeléctrico asignado a las televisiones.

Las televisiones estatales han sido un magnífico altavoz de un mensaje intimidatorio con dos tipos de materiales discursivos. En primer lugar, se ha generado alarmismo informativo anunciando todo tipo de plagas bíblicas y catástrofes económicas y políticas. No es necesario hacer el inventario. Bastará con recordar la amenaza de la gran banca o la irresponsable mención del gobernador del Banco de España a un imaginario corralito Un segundo tipo de mensajes apeló directamente a las emociones jugando con las ideas de la división, la separación y la fractura. Es sabido que la propuesta independentista ha superado el estadio del Estado-nación tradicional para reivindicar la soberanía que corresponde a cualquier Estado europeo en un mundo de interdependencias. Pero la propaganda unionista ha insistido en la idea de las fronteras. Fronteras físicas, pero también emocionales, mezclando torpemente ciudadanía e identidad. La metáfora unionista de la independencia remite al muro, la separación y la fractura interna.

El imaginario construido por el unionismo puede ser valorado positivamente o negativamente, pero no ha sido ninguna sorpresa. Era perfectamente previsible. Al fin y al cabo, esta estrategia también protagonizó el referéndum escocés. Aunque es cierto que se administró con más moderación y se suavizó con una oferta positiva muy inconcreta que ya parece archivada. Ahora bien, en el caso catalán destaca muy negativamente el alarmismo creado con las pensiones. No solo por el engaño consciente y premeditado. Lo más grave ha sido la manipulación propagandística de que ha sido objeto un colectivo particularmente débil y sensible. Es directamente immoral. No hay ninguna confrontación política que pueda justificar la creación de un estado de opinión injustificadamente alarmista entre los jubilados.

Desde una perspectiva comunicativa, hay otro factor que llama la atención y que, sin duda, será objeto de estudio. Si observamos la relación de fuerzas entre soberanismo y unionismo en el ámbito de los medios de comunicación tradicionales (prensa, radio, televisión), concluiremos que el balance es ostensiblemente negativo para el soberanismo. Sin embargo, el voto soberanista superó al voto unionista. Y el voto explícitamente independentista, también. ¿Cómo se explica? Podemos adelantar dos hipótesis. En primer lugar, la propuesta independentista está formulada como un proyecto positivo e inclusivo. Por el contrario, el discurso unionista ha sido defensivo y negativo. Y en segundo lugar, la campaña independentista ha jugado a fondo el contrapoder comunicativo que representan internet y las redes sociales. La comunicación vertical de masas mantiene cuotas importantes de poder e influencia social, pero la nueva política se mueve más cómoda y libre en el emergente ecosistema comunicativo de las comunicaciones electrónicas en red. Profesor de la UAB y expresidente de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals.