Catalunya, tras el 27-S

Esperanza y algunas decepciones

Preocupa más la supuesta libertad de un pueblo que la justicia y la construcción de una sociedad más equitativa

TERESA CRESPO

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Estos días estamos viviendo una gran intensidad política. Se ha hablado del momento histórico en el que nos encontramos y de la oportunidad que, por primera vez, tenemos al alcance de la mano de construir un nuevo país libre e independiente. Se han presentado listas extraordinarias fuera de la lógica tradicional de los partidos de siempre y la mayor parte de la ciudadanía ha votado con la esperanza de que algo iba a cambiar. Algunos pensando en culminar un proceso soberanista, otros intentando evitar que los independentistas lograsen, según sus palabras, «romper España», y otros, entre los que me cuento, confiando en que las cuestiones sociales se pondrían en primer término y serían determinantes en la construcción de un país nuevo, más justo e igualitario.

Sin embargo, ni durante la campaña electoral ni en el proceso actual de negociaciones entre los bloques políticos ganadores de las elecciones podemos decir que la justicia social y la igualdad hayan sido los conceptos más utilizados, y no parece que preocupen de manera prioritaria. Estos temas han quedado en el trasfondo de la política, no han adquirido el protagonismo que les correspondería y se encuentran a la espera de un futuro incierto, lo que significa que el sufrimiento de muchas personas se prolonga y que las desigualdades y la pobreza de los últimos años persisten. He ahí mi primera decepción: preocupa más la supuesta libertad de un pueblo -sin entrar en disquisiciones sobre la soberanía a que pueden aspirar los países en un contexto globalizado y dominado por los poderes económicos y financieros- que la justicia y la construcción de una sociedad más equitativa.

La segunda señal decepcionante del proceso electoral que vivimos me ha dejado además perpleja, porque no encuentro explicación alguna que la justifique. Se trata de la praxis por la igualdad de género en la política. Si bien es bastante evidente que la mujer está relegada, salvo excepciones, a segundos lugares en las estructuras de los partidos y, en consecuencia, también en las listas electorales, ahora se ha producido un fenómeno nuevo. Hemos visto como, tras figurar en segundo y tercer lugar de Junts pel Sí dos mujeres de gran reconocimiento social por su comprometida trayectoria personal, la noche electoral y los días posteriores ambas han desaparecido de la escena política como si alguna extraña fuerza las hubiera engullido. Tras su inclusión en la lista en lugares relevantes, lo que me pareció un avance en el camino de la igualdad que tanto hemos pedido y defendido, todavía no entiendo su ausencia a partir del mismo 27-S.

Supongo que alguna razón habrá, y quisiera equivocarme cuando pienso que quizá ocuparon los primeros lugares de la lista porque era estético y una forma de recompensarlas por el trabajo realizado, además de valorar el buen número de votos que podían proporcionar. También se me ocurre que su presencia en lugares destacados permitía disimular otros intereses, y es posible que su retirada de la primera línea estuviera pactada desde un principio. Desconozco la razón, pero una vez más el resultado es que los hombres son los que ostentan el poder y el protagonismo en los momentos decisivos. Creo que, por coherencia, las personas de los primeros lugares de la lista deberían haber sido visibles y tener la oportunidad de expresarse y comentar los resultados. Lo que ha ocurrido hace que una parte de la ciudadanía, y en especial las mujeres, nos sintamos engañadas y constatemos de nuevo que nuestra sociedad es desigual no solo social y económicamente, sino también por razón de género. A pesar de que se predique y se defienda un país renovado con mayor bienestar para todo el mundo.

Como miembro de la red DDIPAS (Dones Directives i Professionals de l'Acció Social), que defiende la igualdad de género en el tercer sector social, no puedo dejar de subrayar esta segunda decepción. La plataforma se creó ante la constatación de que, aun siendo un sector mayoritariamente femenino, los cargos de más responsabilidad en las entidades eran ocupados por hombres. Esta realidad nos obliga a trabajar para conseguir una mayor equidad en todos los aspectos de nuestro trabajo, incluyendo los cuadros directivos, las carreras profesionales, el liderazgo y los salarios. Sin olvidar, por supuesto, la atención que prestamos a las mujeres que acuden a nuestros servicios, que, además de sufrir discriminaciones sociales y económicas, en muchos casos son víctimas de violencia y de una fuerte marginación por el hecho de ser mujeres.

Me gustaría que la política social de este nuevo país que deseamos superase esta realidad injusta que discrimina con frecuencia a la mitad de la población y que, de una vez por todas, se reconocieran los mismos derechos a todas las personas, sean hombres o mujeres.