Editorial

Una victoria que complica la salida

Con los resultados de ayer, es imposible saber quién será el candidato de consenso del independentismo

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Que estas no han sido unas elecciones cualquiera lo han dejado claro los ciudadanos. Una participación del 77,46% ha superado en casi 10 puntos la máxima afluencia en unas autonómicas desde 1980. Para alcanzar una participación como la de ayer hay que remontarse a la movilización que derribó al PP en el 2004 tras los atentados de yihadistas (75,9%) y se queda muy cerca de dos fechas también históricas: las primeras elecciones, en 1977 (79,5%), y la victoria de Felipe González en 1982, tras el golpe de Tejero (80,8%). Ahora podrán hacerse lecturas diversas, pero algo está claro: los catalanes han llenado las urnas. Nadie podrá decir que el futuro de Catalunya se construye sobre silencios. Y porque no eran unas simples elecciones autonómicas, hoy hay que ir más allá de la evaluación del simple resultado de cada candidatura. Decíamos ayer que los electores, al margen de papeletas concretas, elegirían entre el deseo de una ruptura unilateral con España, una reforma de corte federal del Estado que reconozca la singularidad catalana y el apuntalamiento del statu quo, también con sus diversos acentos.

LA CANDIDATURA independentista de Junts per Sí, que alberga en el número 4 a Artur Mas, ha ganado las elecciones con 62 diputados, un resultado que no deja de tener un sabor amargo porque la opción que agrupa a CDC, ERC y las entidades soberanistas, se queda muy lejos de la mayoría absoluta y a expensas de la CUP. A estas alturas es imprevisible saber quién puede ser el candidato de consenso del independentismo, toda vez que ni siquiera una abstención de los anticapitalistas serviría para que Artur Mas revalidara el cargo de president. Es una victoria que tampoco es nítida al ser concebida como una suerte de plebiscito por el lado independentista. Aunque siempre han mantenido que con la mayoría de escaños sería suficiente para iniciar la hoja de ruta de la desconexión con España, el porcentaje de votos de los partidarios de no romper, que lo habían señalado explícitamente antes de los comicios, supera en casi tres puntos (50,4%-47,8%) al de los independentistas.

Con estos mimbres, Mas y Junts pel Sí lo tienen difícil para formar gobierno y aún más para que el resultado sea reconocido por la comunidad internacional como el famoso «mandato democrático» que debía amparar la independencia.

Si siempre hemos sostenido que el diálogo y el pacto son la única salida posible en una Catalunya tan plural, tras estas elecciones creemos que la receta se hace más imprescindible que nunca. La movilización ciudadana no da excusa a los políticos. La pluralidad no significa división si se impone el diálogo.

Dentro de los cambios que ha experimentado el mapa electoral catalán, ha sido la candidatura de Ciutadans, capitaneada por Inés Arrimadas, la que ha cosechado los mejores resultados (25 diputados) seguida de un PSC (16), cuyo líder, Miquel Iceta, ha logrado con su campaña particular salvar los muebles del socialismo. Pablo Iglesias y Catalunya Sí que es Pot tienen serios motivos para la reflexión sobre un resultado que empeora el de ICV del 2012, y el PPC, representante del partido que gobierna en toda España con mayoría absoluta, cosecha un notable fracaso, superando en poco más de 10.000 votos a los anticapitalistas de la CUP.

Si algo es evidente en estas elecciones es que Catalunya ha hecho trizas el mapa clásico electoral: CiU ha dejado de existir, Unió no estará en el Parlament, los dos partidos que se han turnado en el gobierno de España (PP y PSOE) solo suman el 21,1% de los votos, superados por la suma de los dos partidos emergentes en todo el Estado, C's y Podemos (26,8%), aunque con éxito diferente. Catalunya, que suele ser avanzada en muchas tendencias, augura también cambios notables en las próximas elecciones generales. Con acentos ciertamente muy diversos, los catalanes le han recordado a Rajoy que así no se puede seguir. Solo el 8,47% de los sufragios ampara su quietismo. Un motivo más para que a partir de hoy el presidente del Gobierno entienda que el problema catalán no se arregla con el paso del tiempo.