La encrucijada catalana

Hoja de ruta para no independentistas

España no se resquebraja por reconocer, defender y promover sus divergencias; al revés, se enriquece

RAFA MARTÍNEZ

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No somos pocos los considerados españoles en Catalunya y catalanes en España. Situación que, por cierto, resulta agotadora; además de esquizofrénica, máxime en verano cuando volvemos a nuestros lugares de procedencia. En Catalunya estamos a diario arguyendo que España es algo muchísimo más rico, plural e interesante que el Gobierno de Rajoy o el Madrid cortesano. Y en nuestros terruños, nos hartamos de explicar que la pluralidad lingüística se vive con una cierta normalidad, que nuestros hijos terminan dominando el castellano y que Catalunya es algo mucho más rico, plural e interesante que el Gobierno de Mas o la incesante irreversibilidad independentista.

Cara al 27-S, Junts pel Sí nos ofrece la contrapartida de ser extranjeros en Catalunya y en España. En definitiva, si estábamos mal, se nos ofrece algo irremediablemente peor. Como dice el escritor Ignacio Martínez de Pisón, quiénes se han creído que son para hacerme elegir entre la tierra de mis padres o la de mis hijos. Pero en esta polarización estomagante a la que nos ha abocado el 'president' de la Generalitat, un polo (el independentista) está organizado, cohesionado, movilizado y con una hoja de ruta prístina, y el otro polo (el no independentista) somos una amalgama que, mayoritariamente, está convencida de que la relación Catalunya-España debe cambiar sus reglas; pero no se reconoce en la espada láser de la ley con la que nos protege el presidente del Gobierno español. ¿Qué hacer?

Impasibles ante la marea

Entiendo que, a las alturas en que estamos, encontrar un liderazgo sólido que aglutine nuestro parecer es quimérico; pero seguir asistiendo impasibles a una marea en la que no nos reconocemos es irresponsable. Ya que la clase política no está siendo capaz de mostrarnos esa alternativa que nos seduzca y muestre una opción diferente a la independencia o al statu quo, nos toca a nosotros; a los ciudadanos contrarios a la independencia, y con nuestras armas: la voz y el voto.

Lo primero es encontrar un destino y ese no es otro que el de poder ser catalanes y españoles al mismo tiempo, sin que ello sea peyorativo en ninguno de los dos lugares. Para llegar a ese escenario tenemos que frenar el independentismo, demostrarles que son muchos y que queremos vivir con ellos; pero que ni son más, ni su sueño nos cautiva. Como, nos guste o no, las próximas elecciones autonómicas jurídicamente son elecciones, pero políticamente son un referéndum se han de contar votos. Por tanto, nos toca votar a cualquiera de las opciones no independentistas para, aunque perdamos en escaños, demostrar, numéricamente, el carácter minoritario de sus pretensiones. No es el momento de silencios tácticos, acomplejados o miedosos; es la hora de votar.

Solo en esa tesitura podría abrirse paso en el Parlament una discusión seria y sensata sobre qué se quiere de esa España que la mayoría social no quiere perder como referente. A los recalcitrantes de la independencia o de la ley no los vamos a convencer de nada; pero en los centros de las familias de preferencias nunca están los extremos; pero sí las mayorías. Será el tiempo de un catalanismo que entienda que el mundo se mueve en la interdependencia y de un españolismo que asuma su plurinacionalidad cultural. Será el tiempo de los que queremos ser catalanes y españoles y no podemos.

Abrir una ponencia constitucional

Lo siguiente que nos toca es lograr que en España se acaben las mayorías absolutas y el resultado de las siguientes elecciones obligue al Parlamento a abrir una ponencia constitucional y reformar cuestiones vitales para la convivencia de todos y en todos los sitios. Llevamos casi 200 años dándole vueltas a la estructura territorial del poder. ¡Ya va siendo hora de zanjar el problema! Ahí nos va a tocar hacer pedagogía en nuestras tierras de origen para que entiendan mejor lo que está en juego y que el statu quo nos lleva a un funeral. España no se resquebraja por reconocer, defender y promover sus divergencias; al revés, se enriquece.

Nunca es tarde para el diálogo y si los que hay no saben o no quieren, nos toca reemplazarlos. Como afirmó Desmond Tutu, la paz se firma siempre con el enemigo. Yo añado: y los acuerdos con los amigos. Ya que parece que nuestras clases políticas no quieren, no pueden o no saben, obliguémosles a llegar a un acuerdo, a poner en letra el entendimiento generalizado que, en el día a día, en lo cotidiano, existe abrumadoramente entre todos los pueblos de España. No permitamos, como decía Miguel Hernández, en 'Vientos del pueblo', que las gentes de la mala hierba nos pongan su yugo. No les dejemos que nos arrastren a declararnos enemigos, convertirnos en extranjeros y tener que firmar dentro de unas décadas tratados de paz.