ANÁLISIS

¿Por qué correr 110 km?

CORRENT CAP A L'IMPOSSIBLEAlbert Jorquera, autor del libro en el que describe el mundo de las ultras desde un punto de vista amateur.

CORRENT CAP A L'IMPOSSIBLEAlbert Jorquera, autor del libro en el que describe el mundo de las ultras desde un punto de vista amateur.

ALBERT JORQUERA

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Se imaginan ir de Barcelona a Palamós corriendo? ¿Y además hacerlo a través de montañas, por caminos inhóspitos, ascendiendo hasta 2.500 metros o subiendo el equivalente a 7 kilómetros en línea recta? Por no hablar del frío de la noche, del calor durante el día, la posibilidad de lluvias, el cansancio extremo tras una noche sin dormir… Esto es una pequeña parte a lo que se enfrentarán los 1.000 corredores que hacen este fin de semana la Ultra Pirineu de 110 kilómetros y 6.800 metros de desnivel positivo.

Para algunos es una rutina, para otros más expertos es una más, pero para la gran mayoría de los que estarán hoy en la salida de Bagà es uno de los mayores retos de su vida. Una cita para la que han entrenado durante meses, han sacrificado horas de sueño, noches sin salir o momentos con la familia. Solo por eso, ya son unos héroes. Solo por eso, ya merecen todo el respeto. Aunque no acaben. Acabar una ultra tiene tanto que ver con la preparación como con la suerte, que todo te vaya bien. Hay que tener mucho valor para enfrentarte a 110 kilómetros por la montaña, para encararte con tus propios miedos y limitaciones. Y es que, por mucho que entrenes, nunca te sentirás plenamente preparado para algo así. Siempre dudarás.

«¡Estáis locos!», suele decir la gente que no corre. «¿Por qué?», nos preguntan muchas veces. Y realmente no hay una única explicación, una única motivación. Cada persona es diferente, aunque también es verdad que los que practicamos este deporte tenemos puntos en común. Mucha gente ve a los corredores de ultra como unos masoquistas que disfrutan con el dolor, otros los ven como una especie superior inmune al dolor y a todas las dificultades. Se equivocan. Nadie quiere sufrir por sufrir, pero se sufre, es evidente. Y curiosamente ese trance no te hace creer más fuerte o indestructible, sino todo lo contrario. Pocas cosas te llevan tan al límite de tus posibilidades, te hacen ser más consciente de tus debilidades o te hacen sentir más insignificante que encontrarte solo durante horas entre grandes montañas y expuesto a los elementos.

Entonces ¿Por qué corremos ultras? ¿Por qué tenemos hijos? ¿Por qué hacemos una carrera universitaria? Al final, no se trata de procesos o motivaciones tan diferentes. Son cosas que sabemos que nos van a costar, que nos harán sufrir y que nos pondrán a prueba, pero nos van a reportar sensaciones únicas. Y la vida es eso, emociones. Arriesgarte, enfrentarte a tus miedos, correr, reír, saltar, mojarte, deslizarte sobre la nieve o llenarte de barro hasta las cejas. Y esas sensaciones no las viviremos sentados en un sofá y dentro de la zona de confort. Sí, en ella se está bien, pero ¿somos felices?

La mayoría de personas que corremos ultras sabemos que queremos salir de nuestra zona de confort, necesitamos vivir y sentir, aunque eso implique exponernos al dolor o enfrentarnos a todos nuestros miedos. También sabemos que las cosas que más valoramos en la vida son las que más nos han costado lograr. Y pocas cosas nos van a costar tanto como una ultra.

Cuando corrí la Ultra Pirineu (entonces Cavalls del Vent) en 2013, venía de hacer tres semanas antes el Ultratrail del Mont Blanc, de 170 kilómetros. En la salida se me llenaron los ojos de lágrimas y pensé que era un privilegiado, una sensación que me ha embargado en numerosos momentos de otras carreras. Luego, cuando todo arrancó, salió el cansancio de la UTMB: hacia el kilómetro 24 ya estaba cansado, en el 50 estaba muerto y en el 80 me dolía todo. Cuando crucé la meta no era más fuerte, ni más alto, ni más guapo, de hecho estaba bastante cansado, vapuleado y desmejorado, pero aún así lucía una enorme sonrisa en mi cara. Sabía que aquello que acababa de vivir me acompañaría toda la vida.