Las desigualdades territoriales

Vivir en la alta montaña

El mundo rural debe ofrecer calidad de vida a sus habitantes y no convertirse en un parque temático

FRANCESC REGUANT

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Durante las últimas décadas el mundo rural ha cambiado extraordinariamente. A pesar de ello, 162 municipios han seguido perdiendo población durante los últimos 15 años. Entre ellos los más afectados son los de la alta montaña, donde se acumulan las dificultades del clima, la pendiente y los accesos. Estamos hablando del 30 % del territorio catalán. Son territorios que habían vivido relativamente aislados, de tal modo que su economía se había orientado a la autosuficiencia, con una historia y una cultura singular y diferenciada, tal como refleja su toponimia. Por ejemplo, como expresión de autoestima, al entrar en algunos municipios del Pallars un rótulo indica: Catalunya tiene 1.000 años pero este municipio ya existía. Sin embargo, a mediados del siglo XX la economía de estos territorios, básicamente agraria, no resistió el impacto de la mecanización (la orografía impedía una producción estándar competitiva) ni la comparación con un entorno con más oportunidades para unas mejores condiciones de vida. El resultado fue el éxodo masivo.

Con la Generalitat recuperada y la entrada de España en la UE mejoraron las políticas y con ellas las comunicaciones y los servicios básicos. En 1983 se promulgó la ley de Alta Montaña, sus objetivos siguen siendo válidos actualmente: aprovechamiento integral de los recursos económicos del territorio, creación de las infraestructuras y equipamientos necesarios para equiparar el nivel de servicios al resto de Catalunya, detener la regresión demográfica y buscar desarrollo armónico y valorar las funciones que la montaña cumple en beneficio del resto de la sociedad. En paralelo, el acercamiento -vía comunicaciones- entre el mundo rural y urbano ha propiciado sinergias que han abierto oportunidades, entre ellas el turismo a partir de una oferta diferenciada en patrimonio cultural, paisaje, naturaleza, deporte o simplemente esparcimiento. La población se ha recuperado, aunque concentrada en centralidades comarcales, pero los municipios periféricos y los antiguos municipios o pedanías siguen perdiendo población.

Estas dificultades, para algunos, parecen no importar. De lo que se trata es de disponer de amplios espacios naturales para solaz y disfrute de algún urbanita. En este imaginario el viejo y encorvado agricultor viviendo en una destartalada vivienda es un elemento decorativo del tipismo que se pretende encontrar. La alta montaña se convierte así en algo parecido a un parque temático. Afortunadamente las cosas han cambiado y una población joven y no tan joven desea vivir en la alta montaña aprovechando los extraordinarios recursos de este amplísimo territorio. Ellos son la garantía de la conservación y revitalización de este importante patrimonio humano, cultural y natural.

Sin embargo, la vida en la alta montaña no debe ser un castigo ni un acto heroico, al contrario, las personas deben disponer de las mismas facilidades que el resto de la población y la calidad de vida propia del siglo XXI. Se trata de romper el círculo vicioso por el cual una población insuficiente no garantiza la viabilidad de algunos servicios y la falta de estos servicios limita el atractivo residencial de la alta montaña. Las comunicaciones siguen siendo la clave de la dinamización. Por una parte las comunicaciones convencionales, con ejes transversales que refuercen el papel de los centros comarcales, rompiendo en lo posible los callejones sin salida que generan las cadenas de montañas, abriendo fronteras e impulsando la economía transpirenaica y, sobre todo, llegando en condiciones adecuadas a todos los núcleos de población. Por otra parte, dotar de las más eficientes y suficientes conexiones telemáticas a todos los puntos del territorio. Las TIC ya no son una opción, son una necesidad, una exigencia para cualquier actividad productiva y un servicio imprescindible para una buena oferta turística. Facilitan la atracción de residentes mediante la deslocalización digital. Y las TIC rompen las barreras de la pequeña escala con redes de colaboración (coworking) que diluyen el factor distancia en la localización productiva.

Puede argumentarse que no es rentable construir estas infraestructuras para una población reducida. Pero son las infraestructuras necesarias para sostener un territorio equilibrado del que todos gozamos a partir de sus productos, sus servicios, sus paisajes, su aportación medioambiental, de la gestión de recursos naturales tan imprescindibles como el agua o como nuestros bosques. Son el metro de la alta montaña y el metro es infraestructura imprescindible. En general, las políticas de desarrollo rural deben contemplar el factor alta montaña como un elemento diferencial de ponderación positiva para la aportación de recursos.