Autoplebiscito

JOAQUIM COLL

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En algo estamos todos de acuerdo. Estas elecciones son diferentes a todas las anteriores. Artur Mas las ha convocado para convertirlas en un plebiscito, y tiene razón a medias. Pero lo que se plebiscita no es la independencia. Lo que se somete a la prueba del sufragio o, mejor dicho, el que se autoplebiscita el 27-S es el separatismo, que es una cosa diferente. Ha elegido el terreno de juego que más le conviene, un calendario favorable y una regla insólita con la que contarse. La Diada, con la ya habitual manifestación a la coreana de esta tarde, da el pistoletazo de salida. Pero el objetivo no es que la tensión electoral vaya in crescendo, sino que se desinfle con el macropuente de la Mercè, oportunísimo para que desconecte el votante metropolitano de izquierdas en la recta final de la campaña. Que el separatismo de Junts pel Sí pretenda medir su éxito en escaños y no en votos, es lo más contradictorio de todo, hasta el punto que dos de cada tres soberanistas pide que se cuenten también las papeletas, según la encuesta de EL PERIÓDICO. Pero pase lo que pase, ni ganará ni perderá la independencia, sino solo el separatismo, que es una cosa diferente.

No es posible «imponer unilateralmente la independencia de una parte del territorio al margen del Estado democrático y de una parte de esa misma sociedad», escribía ayer Álvaro García Ortiz, presidente de la Unión Progresista de Fiscales. Por tanto, eso no va a ocurrir, ni «la independencia va a llegar porque lo diga el Parlament», añadía el expresidente del Parlamento Europeo, Josep Borrell. Lo que está en juego es otra cosa, que se le parece, pero que no es lo mismo. Se dirime si el separatismo sale vivo, medio vivo o muerto del autoplebiscito que ha convocado el 'president' Mas. La mayoría de las encuestas difundidas hasta hoy señalan que saldrá medio vivo, control mayoritario de la Cámara con los apoyos de la CUP, pero lejos de tener mayoría absoluta en votos. Sin fuerza para dar el gran salto antes de estrellarse, pero conservando el poder con el que seguir dándonos la lata un tiempo más.