Análisis

El hombre que vendía humo y pagaba con papelitos

Ruiz-Mateos fue un adelantado que parecía salido de la picaresca. La expropiación de Rumasa fue todo un rescate de la época

JESÚS RIVASÉS

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José María Ruiz-Mateos, a su manera, fue un adelantado a su tiempo, aunque también parecía un personaje salido de la picaresca. Pertrechado de mucha labia y de gracejo andaluz, a partir de una pequeña bodega jerezana edificó una especie de imperio económico -empresarial sería mucho decir- al amparo de la apertura económica del final del franquismo. Logró ser el terror de las grandes y semiarruinadas familias que durante generaciones controlaron el vino de Jerez y que siempre lo consideraron un advenedizo, y aún más cuando se quedó con la mayor parte de un negocio en declive a cambio de mucha palabrería y poco dinero. Poco a poco, con apelaciones constantes a sus arraigadas creencias católicas -fue miembro, nunca muy querido, del Opus Dei- y con mucha laboriosidad, como la abeja del logotipo de Rumasa, controló más de 800 empresas, en las que trabajaban 45.000 personas. Todo acabó un 23 de febrero del 1983, cuando el primer Gobierno socialista de Felipe González, con Miguel Boyer de ministro de Economía, expropió el hólding Rumasa ante el peligro de que la veintena de bancos que controlaba y que estaban quebrados se llevaran por delante el sistema financiero español. La expropiación fue todo un rescate de la época, porque Rumasa era solo fachada. Durante muchos años, Ruiz-Mateos solo había vendido humo e imagen -de ahí lo de adelantado al final del franquismo y en el despertar de la democracia-, aunque sus métodos sonaban a fraude piramidal.

Ruiz-Mateos fue un personaje desmesurado, sobre todo tras la expropiación de Rumasa. Un hombre que estuvo en la cárcel, que se disfrazó de Superman y que incluso intentó dar un puñetazo en público a Miguel Boyer al grito de «que te pego, leche». Y adelantado también del populismo moderno, ya que logró ser eurodiputado de su propia causa, el ruiz-mateismo, en la que aglutinó a los descontentos-podemitas de finales de los años 80. Un teórico empresario que, además, siempre fue un deudor multimillonario con Hacienda y la Seguridad Social, porque las empresas que controlaba tenían como norma pagar cuanto menos posible todo y a todos. Un personaje insólito que además repitió la jugada con su Nueva Rumasa, otro fiasco como la originaria, con el agravante de que dejó colgados a muchos inversores particulares que creyeron en él.

Una anécdota sintetiza su historia y su filosofía. En su mejor momento, quiso comprar la empresa productora de la histórica sidra El Gaitero. Cuando, tras largas negociaciones, acordó el precio con el propietario, un asturiano sencillo y práctico, Ruiz-Mateos le propuso: «Te pagaré con acciones de Rumasina». Rumasina era una filial de Rumasa y las rumasinas eran acciones -papelitos- de Rumasina que no cotizaban en ningún mercado y que tenían el teórico valor que les asignaba el propio Ruiz-Mateos, que no contaba con la respuesta del asturiano: «Muy bien, pues entonces yo te daré el cambio con gaiteriños». Obviamente, la operación nunca llegó a realizarse, pero retrata al hombre ahora desaparecido, que también -aunque decepcionó a la mayoría- tuvo bastantes partidarios. Descanse en paz.