La encrucijada catalana

Una Catalunya mejor, una España diferente

Lo más factible y oportuno es afianzar acuerdos en una realidad de prioridades compartidas

JULI FERNÀNDEZ

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El escenario que la política catalana dibuja, con unas elecciones presuntamente plebiscitarias, impuestas como la clave de la historia de Catalunya, nos obliga a los socialistas a explicar bien que nuestra propuesta debe estar centrada en el catalanismo no nacionalista y en un programa nítidamente de izquierdas.

Hemos solapado la crisis económica con una crisis política. En Catalunya el frentismo entre nacionalismos de uno y otro signo está siendo aprovechado para alejar el debate de las ideas entre los progresistas y las derechas. ¿Hasta dónde llegarán ciertos independentistas para justificar lo injustificable en razón de este propósito? Primero fue prescindir de principios ideológicos para apoyar una lista que volverá a convertir a Artur Mas en president si gana; y ahora incluso hay quien vuelve a acusar al Estado de algo oscuro cuando Convergència vuelve a ser investigada por corrupción. Mientras, la igualdad o la redistribución de rentas quedan relegadas por las circunstancias excepcionales del momento. MasCDC y ERC caminan hacia el 27-S con la voluntad de diluir este debate para evitar hablar de las restricciones y los recortes que la Generalitat, con CDC, Unió y ERC, ha aplicado sistemáticamente esta última legislatura.

Los socialistas estamos obligados a mirar en otra dirección. Catalunya tiene derecho a un trato justo proporcional a su aportación al conjunto del Estado. Es oportuno recuperar las palabras del president Maragall cuando, al plantear la reforma del Estatut, aseguró: «Catalunya es Estado y quiere ser Estado». Sus palabras siguen vigentes. Los socialistas nos mantenemos fieles al espíritu de aquella afirmación porque ya entonces entendíamos que era necesario un nuevo equilibrio en la distribución de los recursos que, sin traicionar el espíritu de la solidaridad entre los territorios, abriera nuevas perspectivas de desarrollo en Catalunya. Hoy, la reforma de la estructura del Estado, la llamada segunda Transición, es inevitable. Caerá de madura.

Tengo el convencimiento de que esta segunda Transición debe significar la evolución del Estado de las autonomías hacia una fórmula más estrictamente federal que vaya más allá del ámbito puramente territorial, porque debe incluir la revisión del modelo de justicia, un nuevo sistema electoral, una nueva definición de las competencias exclusivas del Gobierno central y del resto de territorios, y la reforma del Senado para convertirla en una cámara de representación autonómica.

Hay que asumir el reconocimiento de la singularidad de Catalunya, en la línea de la Declaración de Granada que los socialistas catalanes contribuimos a diseñar. No renunciamos al respeto y el reconocimiento de nuestra lengua y nuestra cultura; y reclamamos un modelo de financiación más justo. Sin el reconocimiento explícito de la singularidad no hay solución para el conflicto político entre Catalunya y el resto de territorios.

Pese a las sacudidas, demasiado a menudo gratuitas, el anacronismo y las políticas discriminatorias, a veces rozando la asfixia, por parte de los gobiernos del PP, tanto en la época de José María Aznar como la actual de Mariano Rajoy, la historia del camino conjunto de Catalunya y España se puede evaluar como un éxito razonable. En este sentido, vienen al caso las palabras del rector de la Universitat de Lleida, Roberto Fernández Díaz, autor del celebrado Cataluña y el absolutismo borbónico (Crítica, 2014), cuando reclama, apelando a Pierre Vilar, que no nos dejemos influir por la ideología en la interpretación de la historia. Una parte importante del pueblo de Catalunya se ha manifestado a favor de la secesión, mayoritariamente de manera sensata. También hay que dar la oportunidad a los que creen en otra solución que en ningún caso contempla el mantenimiento del statu quo actual, superado, ineficaz e impopular. Hay que afrontar la realidad.

Si bien la respuesta a la petición «dejadnos votar» debe ser que sí -porque una sociedad democrática, cuando hay una demanda bastante mayoritaria, debe tener vías de salida no bloqueadas-, también debe ser afirmativa la respuesta cuando los federalistas pidamos que nos dejen preguntar. Los socialistas catalanes, en estas elecciones, somos los que pondremos en marcha una reforma constitucional en sentido plenamente federal para abrir una realidad que algunos querrían bilateral pero que es mucho más compleja y rica. Los estados europeos han perdido ya buena parte de la soberanía que tenían, y la construcción europea avanza lentamente pero con logros notables. Lo más factible y oportuno es afianzar acuerdos con España y Europa, en una realidad de prioridades compartidas, en torno a la defensa de la justicia social o de las infraestructuras, que al final no actúan contra la libertad de nadie y, en cambio, benefician nuestros intereses como ciudadanos y de país.