Cuando volví a Cuba

MIQUEL CARRILLO

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Debían de ser la cuatro de la mañana cuando el taxi Lada me dejó en la terminal del aeropuerto José Martí de La Habana. Pagué los preceptivos diez fulas americanos al chófer por haberme llevado hasta allí y me dirigí al edificio. Las luces de la terminal estaban apagadas, para mi sorpresa, y un grupo de pasajeros de Air Caribbean, la compañía que cubría el trayecto hasta Managua con un par de Antonov de la guerra fría reconvertidos para servicios turísticos, analizaban con una mezcla de indignación y resignación caribeña las escasas informaciones disponibles.

- No hay vuelo hasta mañana a las doce.

- Seguro que es culpa del bloqueo.

Seguro que es culpa del bloqueo, también. Ese chiste, con toda la socarronería y la carga crítica que puedan imaginar, era más que habitual en la Cuba de aquel tiempo. Las pizzerías con un sólo tipo de pizza, los supermercados de estanterías relucientes, las averías interminables de autobuses en medio de la autopista, el internet prohibido o prohibitivo, todo era culpa de la interminable batalla contra el imperio, digna de cualquier relato de Gabo. 'Si hemos salido del período especial, esto ya no se cae', me decía Juan, mi anfitrión en la calle Águila, mientra devoraba una de aquellas cajitas de arroz con pollo que te vendían en los negocios cuentapropistas que iban apareciendo con la obligada liberalización económica. 'Cuando la Revolución, deberían haber expropiado sólo los grandes negocios y no meterse con los pequeños', seguía en su análisis económico, bendiciendo de alguna manera el espíritu insurgente y las bondades de lo que acababa de almorzar.

Esas grandes expropiaciones de la Revolución serán, sin duda, uno de los grandes temas que deban resolverse para levantar el embargo a Cuba, algo que ya fue liquidado bilateralmente con otros países hace tiempo, entre ellos España. Las miles de empresas estadounidenses afectadas por las expropiaciones del 59 reclaman 7.000 millones de dólares al estado caribeño, a lo que éste argumenta que el bloqueo les ha supuesto pérdidas por más de 100.000 millones de dólares. Marx siempre tuvo razón, la economía es el motor de la historia, y a buen seguro que alguien debe de estar echando cuentas en la orilla norte del estrecho de Florida. Resolver este litigio, condición sine qua non según la Ley Helms-Burton para levantar el embargo, abriría la puerta a un mercado turístico suculento que con seguridad generaría plusvalías suficientes para cubrir las cantidades reclamadas por las empresas de EE.UU.

Obama ha dado un paso no por obvio menos arriesgado. Pero quizás quien haya jugado más fuerte, en términos relativos, haya sido Castro. La cantinela del bloqueo y de la agresión estadounidense, con toda la innegable base real que tiene, ha sido la excusa para justificar muchas ineficiencias del sistema y, lo más peligroso e injusto para la población, mártir de la revolución mundial, el atropello de muchos derechos civiles en pos de la resistencia al enemigo de todos los pueblos libres. Lo más sencillo era seguir con el esquema del embargo como la fuente de todos los males y no cambiar el guión, una película que nos hemos comprado acríticamente demasiadas veces fuera de Cuba. 

Lo bueno de esta etapa que se abre es que podremos dejar atrás filtros y etiquetas que precondicionaban nuestro análisis sobre lo que estaba pasando en la isla. Ni toda la disidencia es antirevolucionaria ni con todo el establishment volveríamos a hacer la revolución, seguro. Y, qué quieren que les diga, sin una sociedad civil libre e independiente, pocas garantías tenemos ante la corrupción o ante una participación real y genuína en los procesos políticos.

Tampoco seamos ingénuos, el vecino del norte siempre trabajará para que Cuba vuelva al redil, como Cuba intentará que el mundo entero salga de él. Esperemos que haber hizado ambas banderas en La Habana y Washington permita sobre todo a la primera (y a los que observamos desde fuera) enfrentarse sinceramente a sus problemas y a todo lo que su revolución tiene todavía pendiente.  

Un día volveremos a la calle Águila y lo más importante no será ya poder comer una cajita de arroz con pollo, sino que no habrá que bajar la voz.

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