Editorial
Tianjin, el Chernóbil de China
La catástrofe de la ciudad portuaria es la ocasión para que Pekín demuestre su reciente compromiso medioambiental
La gravedad de las consecuencias de la cadena de explosiones iniciada el día 12 en el puerto de la ciudad china de Tianjin aumenta cada jornada. Ayer, las autoridades de Pekín confirmaron que en la zona del siniestro había al menos 700 toneladas de cianuro de sodio, un compuesto químico altamente tóxico si es ingerido o inhalado. Y si tenemos en cuenta que los efectos directos de las enormes explosiones pueden alcanzar varios kilómetros a la redonda, Tianjin recuerda, aunque a escala y sin energía nuclear de por medio, lo sucedido en 1986 en la central de Chernóbil. En la ciudad portuaria china los muertos superan largamente el centenar y hay decenas de desaparecidos, y, como hace tres décadas en la URSS, las autoridades controlan la información con mano de hierro para que no se extienda la alarma.
Lo sucedido es toda una prueba para los nuevos aires aperturistas que el presidente Xi Jinping quiere introducir en el gigante asiático. No será posible silenciar ante el conjunto de la población que las medidas de seguridad en la zona del accidente no eran ni lejanamente las adecuadas, ni que hay viviendas aún más cerca de lo que la laxa ley china permite, ni que los bomberos empezaron a actuar sin saber a qué sustancias debían hacer frente. Son sobrecogedoras las imágenes del enorme cráter y los 18.000 contenedores afectados por las explosiones, equivalentes a 24 toneladas de TNT.
El desastre debe suponer sobre todo un acicate para que Pekín demuestre de verdad su compromiso de luchar con firmeza contra la contaminación. China suscribió en noviembre pasado, contra pronóstico, un acuerdo con EEUU para reducir las emisiones de CO2 en el mundo, el 45% de las cuales proceden de ambos países. Y otro dato: China consume más carbón que el resto del mundo. Tierras de cultivo, ríos y cielos contaminados en todo el país dibujan un panorama catastrófico. El modelo desarrollista chino es insostenible, y aunque cambiarlo no es fácil, las autoridades parecen ser conscientes de que la prosperidad alcanzada en los años de producción a cualquier precio puede venirse abajo si no hay respeto por el medioambiente. Tras los claros signos de debilitamiento que muestra el yuan, Xi tiene en la crisis de Tianjin otra prueba que determinará su fortaleza y su capacidad para conducir al país hacia la modernidad.
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