Análisis
'Top manta', negocio ilícito
El 65% del dinero que se pierde en África es por la elusión de impuestos por las transnacionales

Francesc Mateu
Francesc MateuExdirector de Oxfam Intermón en Catalunya.
FRANCESC MATEU
En ocasiones son prácticas ilegales. En otras, legales pero ni ética ni socialmente responsables. Por un lado, condiciones laborales absolutamente indecentes. Jornadas larguísimas, sueldos increíblemente bajos que obligan a los trabajadores a tener que vivir en condiciones infrahumanas y con la angustia de perder el trabajo. Por otro, no pagan impuestos. Mientras el ciudadano paga religiosamente sus impuestos, ellos no lo hacen. Ni aquí ni en ninguna parte, y esto es competencia desleal. Esto les coloca, frente al resto, en una situación de privilegio que no es justa. Hay que denunciar con firmeza estas prácticas y hay que ser implacable con sus responsables.
Y no. No estoy hablando del top manta de nuestras ciudades.
Hablo de las grandes empresas multinacionales que operan en todo el mundo. Tienen sus sedes en paraísos fiscales, y con ayuda de asesores y de leyes hechas a medida prácticamente no pagan impuestos ni en los países donde producen ni en los que venden. El resultado es, por ejemplo, que todos los impuestos que dejan de pagar en África superan con creces lo que después los diferentes gobiernos donan.
El top manta son migajas al lado del volumen de negocio de estas grandes empresas.
Aunque presuponemos un canal de producción y distribución lícito y otro ilícito, de hecho el comercio internacional es un top manta. Así, el 65% del dinero que se pierde en África es por la elusión de impuestos de las empresas transnacionales. Más del 50% del comercio mundial pasa por un paraíso fiscal. Y así es como el 1% de personas más ricas del mundo tiene tanta riqueza como el 99% restante. Si nuestros gobiernos pusieran el énfasis en luchar contra las ilegalidades y alegalidades del comercio internacional, y contra las disfunciones y los desequilibrios que provocan, en todo el mundo las personas tendrían muchas más oportunidades. Suficientes, probablemente, para no tener que venir masivamente en Europa a malvivir, y estarían más capacitadas para poder exigir sus derechos a sus gobiernos.
Si miramos los tristes sucesos de Salou desde esta perspectiva, quizá sea más fácil poner cada cosa en su lugar y en su dimensión. Quizá así entenderemos mejor el drama que se ha vivido y la reacción que ha habido.
Y tal vez podamos tener una visión más serena y más global. Porque el mundo es realmente global, aunque nuestras leyes, nuestras herramientas y nuestra mirada no lo sean, y nos cueste pensar en responsables y soluciones más allá de nuestras fronteras. Lamentablemente, los políticos que nos dicen «primero los de casa» o que «limpiemos» nuestras ciudades, los que hacen leyes como la ley mordaza o los que olvidan que el verdadero compromiso internacional de un país no es con el comercio sino con la justicia global, no nos están ayudando nada a entenderlo.
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