TESTIGO DIRECTO
El corralito y el estoicismo griego
El referéndum se quedó en mero símbolo pero en los días previos y en los inmediatamente posteriores, el factor emocional le tomó la delantera al factor económico
Clara Palma Hermann
Corresponsal en Atenas
Corresponsal en Atenas
CLARA PALMA HERMANN / ATENAS
Cuando Tsipras compareció por sorpresa, pasada la una de la mañana, para anunciar el referéndum, ya no cabía duda de que habría un corralito. Pero, a pesar de todo, la noticia --en la víspera del lunes 29 de junio-- volvió a pillarnos por sorpresa. Los periodistas corrimos a la calle de inmediato, a buscar reacciones. "¿Ahora qué?" nos preguntábamos. Muchos conjuraban imágenes apocalípticas de disturbios y caos. Pero esa noche nos costó encontrar una cola delante de un cajero. En las semanas siguientes, hasta que los bancos volvieron a abrir, la tónica fue la misma. Es decir, evidentemente hubo colas, igual que hubo nervios y hubo frustración. Pero cada día quedaba patente el contraste entre la actitud expectante de los medios -las cámaras que aguardaban ante los cajeros esperando a que se acumularan más de tres clientes- y la calma con que los griegos, impertérritos, valoraban la situación.
«¿Cómo es la vida con 60 euros al día?» Y entonces, los así interrogados -con paciencia, con una mezcla de pudor y desafío- repetían casi invariablemente que la noticia, el problema, no era que no pudieran sacar dinero del banco. Que la cuestión era que, tras cinco años de austeridad, muy pocos tienen unos ingresos de 1.800 euros mensuales, 60 euros diarios. Que, tras cinco años de austeridad, una restricción más o menos no le quita el sueño a nadie; por lo menos no el sueño de ver un cambio de rumbo, hacia un futuro sin unos recortes que para la mayoría de los griegos suponen un círculo vicioso que no lleva a ninguna parte.
UN MERO SÍMBOLO
UN MERO SÍMBOLOEl referéndum se quedó en mero símbolo. Pero en los días previos y en los inmediatamente posteriores, el factor emocional le tomó la delantera al factor económico. Y desembocó en un ejercicio de civismo sorprendente para un país tan dado a la bulla como es Grecia. Ni un solo incidente violento en una cola. Ni empujones, ni altercados. Incluso quienes se confesaban atemorizados por su dinero no sucumbieron al pánico ni perdieron la calma.
Al contrario, lo que imperó fue un aire de camaradería en el infortunio, de charlar con el de al lado, y empleando nada menos que palabras como dignidad, orgullo, esperanza. Y por supuesto, los chascarrillos. «Ya ves, Manolis, aquí estamos. A sacar los millones que tengo en la cuenta».
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