Análisis

Un creciente impacto en el medioambiente

En el mercado aéreo global de hoy es preciso introducir un gravamen; si no lo hacemos, vamos para atrás

JOSEP ENRIC LLEBOT

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En los útimos 30 años hemos sido espectadores y también usuarios de una revolución tecnológica sin precedentes que ha impactado de forma intensa en la vida cotidiana de los ciudadanos desde el punto de vista económico, desde el punto de vista social y también desde el punto de vista ambiental.

Los problemas ambientales han ido cambiando en este periodo de tiempo. Hace 30 años los principales problemas venían de las emisiones de las chimeneas, es decir, de las emisiones industriales, o de la contaminación de las aguas por vertidos no adecuados. En todo el mundo se ha progresado mucho en estos dos aspectos, aunque todavía hay bastante margen de mejora. La mayor parte de los problemas a menudo eran locales, circunscritos a un lugar o a una zona determinada, y los impactos rara vez trascendían esta escala. Los nuevos problemas ambientales que llegan a la opinión pública a finales del siglo XX y durante el siglo XXI tienen otra dimensión. Los focos son múltiples. Y las consecuencias, globales, no locales.

Ejemplos de estos problemas ambientales son el contenido de ozono estratosférico de la atmósfera, el aumento de la temperatura de la atmósfera que cambia las condiciones ambientales, o la calidad del aire en muchas zonas urbanas del mundo. En todos estos casos, las fuentes de los problemas son múltiples y a consecuencia del desarrollo de la sociedad del siglo XXI. Estos problemas no surgen de un mal funcionamiento de un dispositivo determinado sino del propio funcionamiento del dispositivo. La tecnología puede ayudar mucho, pero no puede resolver el problema. Sobre la calidad del aire en las ciudades, que depende en gran medida del tráfico, se puede ser muy riguroso en cuanto a la tecnología de los vehículos que circulan, pero al final, salvo el caso de los vehículos eléctricos, lo que produce el problema es el número de vehículos, y la solución es encontrar formas de autorregular el número de vehículos que acceden a un entorno determinado de las ciudades.

El transporte aéreo ha aumentado enormemente durante los últimos años y parece que seguirá aumentando en todo el mundo a un ritmo alto. La tecnología mejora las prestaciones de las nuevas aeronaves, que son también energéticamente más eficientes y, por supuesto, seguras. Pero la preocupación por los efectos ambientales de este aumento del transporte aéreo también crece. Por una parte, por su consumo energético y por el correspondiente aumento de emisiones de CO2 dada su contribución al efecto invernadero; y por otra, por los efectos locales de contaminación por óxidos de nitrógeno, es decir, por la afectación a la calidad del aire local, y naturalmente por la contaminación sonora, que genera protestas en los alrededores de muchos aeropuertos del mundo. Tradicionalmente, el sector aéreo, gracias a su dimensión transnacional, ha disfrutado de poca regulación y de poca fiscalidad relacionada con los impactos ambientales de su actividad. Los conflictos internacionales que causó la intención de la Unión Europea de incidir en las emisiones de CO2 son un buen ejemplo de ello. Pero una buena manera, en el mercado global en el que vivimos, de introducir un elemento regulador en este sector es con una fiscalidad ambiental relacionada con sus impactos. En lo que respecta a las emisiones, si no lo hacemos, vamos para atrás.