Análisis

Optimismo demográfico

El crecimiento de la población se concentra en los países más pobres, que pueden ver su futuro más amenazado

JUAN MANUEL GARCÍA GONZÁLEZ

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Se cuenta que el físico Niels Bohr dijo que «hacer predicciones es muy difícil, sobre todo cuando se refieren al futuro». Muchos años más tarde, en una conferencia escuché al demógrafo James W. Vaupel esa misma cita, apostillando sonriente: «Pero aún más complicado es si hablamos de demografía», en clara alusión a las proyecciones de población. Y así ocurre. Una de las tareas más complejas (y osadas) para los demógrafos es la de proyectar los cambios en las dinámicas de población. Arriesgado porque deben ser precavidos, ya que muchos decisores toman estas cifras como predicciones alarmantes o felices de bola de cristal.

La División de Población de Naciones Unidas, que acomete esta atrevida labor cada dos años, acaba de publicar sus proyecciones para los años 2025, 2050 y 2100. Del informe destacan cuatro puntos: el crecimiento sostenido pero desigual de la población mundial, la disminución de la fecundidad, el aumento de la esperanza de vida y el envejecimiento de la población.

Como ya se viene apuntando desde hace tiempo, la población mundial aumentará (nótese que uso el futuro y no el condicional) en los próximos años de un modo muy asimétrico. Mientras en Europa es previsible que disminuya, en África y Asia crecerá. Que la población crezca no debe constituir per se un problema de corte malthusiano. Sin embargo, esta afirmación es más discutible cuando el crecimiento se concentra en los países pobres -especialmente en los africanos-, que pueden ver dificultadas sus opciones de desarrollo en unas condiciones ya apuradas de pobreza, malnutrición, desigualdad y desamparo internacional si no se produce una redistribución de recursos y se optimizan los programas de planificación familiar y salud reproductiva.

Frente al potencial catastrofismo que algunos leerán en el aumento del volumen poblacional, el informe de la ONU presenta dos datos muy positivos que, sin embargo, hay que leer con cautela. Por un lado, indica que en el medio plazo la fecundidad disminuirá notablemente en los países que más ven aumentar su población. No obstante, hay que ser cautos en la generalización, ya que se parte de niveles altos, las proyecciones de fecundidad son solo fiables en el (muy) corto plazo y, más relevante, que este descenso tiene que acompañarse de una inversión en combatir las enfermedades infecciosas y en salud reproductiva, especialmente en el fomento del uso de anticonceptivos eficaces y en la promoción de la igualdad de género.

Por otro, la esperanza de vida al nacimiento ha crecido y se espera que siga haciéndolo en todo el mundo. Ninguna sorpresa para los países desarrollados, pero sí una gran alegría para África (especialmente la subsahariana), donde se han dado extraordinarias subidas. Hay dos motivos por los que felicitarse. Primero, una formidable disminución de la mortalidad de menores de 5 años desde principios del siglo XXI, uno de los principales Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU. Segundo, una proyección de aumento de la duración de vida de 19 años para el 2100, siempre y cuando se controle la difusión de VIH, principalmente, y se combatan las enfermedades crónicas y cardiovasculares, asesinas silenciosas que matan cinco veces más que las infecciosas.

Por último, una consecuencia casi directa de todo lo anterior es el ya presente envejecimiento de la población, que la ONU pronostica que aumentará globalmente. Esta situación no debe ser inquietante, ya que la salud de los mayores es cada vez mejor y sus labores no productivas redundan en beneficio de la sociedad.

Si bien la demografía no es el oráculo, con estos datos en la mano no debemos temer el futuro demográfico, al menos en su sentido intrínseco. No sabemos con seguridad las implicaciones que estos cuatro grandes cambios tienen para el desarrollo de los países más pobres. Pero sí es necesario situarse en una corriente optimista y no ideologizada que considere la transformación demográfica proyectada como una oportunidad de redistribución de la riqueza, de la equidad entre zonas del mundo y de desarrollo y mejora de la salud pública e individual.