Acoso a Dilma Rousseff y Lula da Silva

La compleja disyuntiva de Brasil

La crisis política y económica que vive el gigante americano puede convertir el país en ingobernable

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ANTONI
Traveria

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La hipótesis de destitución del Gobierno de Dilma Rousseff por medio de un impeachment o juicio político promovido por una parte de la oposición obtiene  mayor consistencia a partir de la decisión de oficializar esta estrategia por parte del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). No menos revelador es que el presidente de la Cámara de Diputados, el pintoresco evangelista Eduardo Cunha, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), haya admitido estar analizando la misma iniciativa, aun siendo un supuesto aliado del Gobierno, investigado también por supuesta corrupción. Sostiene la presidenta que no va a caer, que no caerá… pero a este cerco político cada vez más asfixiante deberán sumarse iniciativas judiciales que, como la tomada por una fiscal federal de Brasilia, intenta acusar por supuesto delito de tráfico de influencias al expresidente Lula da Silva.

La profundidad de la crisis económica e institucional de Brasil, lejos de amortiguarse con el paso del tiempo, alcanza niveles superlativos de tensión sociopolítica. Hay días en los que el ruido que generan los actores políticos y mediáticos de oposición distorsionan hasta tal punto la realidad que parecería que un terremoto político es inminente.

Nadie puede negar que la coyuntura actual no sea, como mínimo, muy delicada. Brasil es un gigante considerado emergente, que hasta hace apenas tres años despertaba admiración, al que se citaba como referencia ejemplarizante en foros económicos mundiales. Hoy, los datos oficiales más recientes sitúan un porcentaje de inflación que se va acercando al 10%; el desempleo merodea el 8%, y los índices de valoración positiva de la acción de gobierno de la presidenta son muy débiles, sin alcanzar el 10%.

Un factor relevante reside en el desgaste de 12 intensos años de gobiernos del Partido de los Trabajadores, también con sonoros errores y horrores, propios e inducidos; auténticos, o creados de forma artificial con el objetivo del acoso y derribo. Desde 1989, los poderosos enemigos fácticos de Lula, le impidieron ganar en las tres elecciones de 1989, 1994 y 1998. No fue hasta el 2003 cuando aquel obrero metalúrgico accedió al gobierno, pero no al poder, venciendo a los prejuicios y a la bien articulada oligarquía financiera. Y el país no se hundió, tal y como profetizaba y ansiaba el variopinto establishment paulista y carioca. Hasta 46 millones de brasileros salieron de la extrema pobreza, se desarrollaron exitosas políticas de inclusión social y el país experimentó en su conjunto una profunda transformación que asombró a propios y extraños. La oposición lo tenía imposible.

Rousseff asumía la presidencia en enero del 2011 con la alargada sombra de Lula, su mentor político. Hasta el 2013 sufriría las consecuencias de las crisis iniciadas en el 2008 en EEUU y Europa. Mientras en el 2010 Brasil había crecido el 7,5 %, el segundo año de Rousseff en el Gobierno solo lo hizo el 0,9%. Las desorbitadas cifras de inversión en infraestructuras deportivas destinadas a la celebración del Mundial de fútbol y de los Juegos Olímpicos de Río, en el 2016, provocaron importantes movilizaciones de protesta a las que mayoritariamente acudieron sectores de las nuevas clases medias favorecidas por las imaginativas políticas aplicadas por los gobiernos de Lula a partir del 2005.

El segundo mandato de  Rousseff se inició apenas hace siete meses. En consecuencia, las próximas elecciones presidenciales no están previstas hasta el mes de octubre del 2018. Pero el clima político del día a día es irrespirable. El PSDB aprovecha de tal forma la debilidad del Gobierno que ha llegado a generar dudas acerca de la legitimidad misma del triunfo electoral en la segunda vuelta del pasado 26 de octubre. Aécio Neves abandera  una campaña de descrédito sin límites, con un permanente hostigamiento sobre Rousseff para, si hubiera oportunidad, lograr un golpe institucional similar al sufrido en junio del 2012, por el presidente Fernando Lugo en Paraguay o al de junio del 2009 en Honduras, contra el presidente Manuel Zelaya. 

A los deteriorados ámbitos de la economía y la política se añade el incesante goteo cotidiano de casos de corrupción, ciertos y falsos, amplificados de forma obscena por algunos medios de comunicación de consumo masivo. Los escándalos en la petrolera estatal Petrobras evidencian la depravación de un sistema con unas estructuras institucionales de control excesivamente frágiles. La solución a la compleja disyuntiva que enfrenta Brasil no consiste en añadir mayor confusión y deterioro al ya existente. El riesgo es llegar a convertirse en un país ingobernable.

Director de la Casa América Catalunya.