20 AÑOS DE UN GENOCIDIO

Boban Minic: "La masacre escapaba a cualquier lógica"

El periodista bosnio, afincado en Catalunya, rememora sus sensaciones por el horror de la tragedia bosnia

Una mujer musulmana llora en el entierro de su hermano, este sábado.

Una mujer musulmana llora en el entierro de su hermano, este sábado.

BOBAN MINIC

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Cuando ocurrió la masacre de Srebrenica, yo ya estaba en Catalunya. Junto con mis amigos de L'Escala, impacientes e inquietos, buscábamos  las noticias en las cadenas de la radio y televisión. Al principio llegaban a cuentagotas y pasaron semanas, incluso meses, antes de que pudiéramos conocer y asumir todo lo que nos decían los corresponsales y nos mostraban sus reportajes.

Pensé que durante el asedio de Sarajevo ya me había acostumbrado a que no hubiera noticia, por improbable que pareciera, que no pudiera ser verdad. Pero, ¿miles de civiles asesinados en solo unos días? Eso escapaba a cualquier lógica. Sin embargo, las fotografías de las fosas comunes hechas por satélites de la NASA y los testimonios de los pocos supervivientes no dejaban lugar a dudas. Mi país, una vez más, entró en las páginas más negras de la historia moderna de Europa. La maldición de los Balcanes en su representación más trágica.

Con las madres que entierran un puñado de huesos, los únicos restos de sus hijos, mientras otras las observan con envidia porque no tienen ni siquiera eso; con las mariposas amarillas y las flores azules que indican y 'descubren' las tumbas, hemos vivido, cada uno a su manera, ya durante 20 años. Yo mismo escribí algunos artículos sobre lo ocurrido, pero siempre preguntándome si alguien que no estuvo allí tiene derecho a escribir y describir Srebrenica, el símbolo de la tragedia bosnia. A mí me pareció, y todavía pienso así, que sobre Srebrenica se puede hablar solo con silencio. Nunca olvidaré el silencio de mis hijos, que en julio de 1995 tenían 3 y 6 años, cuando, hace un mes, visitamos el Museo de Srebrenica en el centro de Sarajevo, el silencio que se alargó durante todo el día, interrumpido solo cuando, ante las fotografías de los niños y hombres, muchos de ellos de su edad actual, uno de mis hijos me dijo: «¿No te parece que cada rostro es como una historia, escrita y después borrada?» El otro me (o se) preguntó: «¿En qué pensaban mientras en la cola esperaban 'su turno' para recibir la bala en la nuca?». Claro, no esperaban respuesta.

Para el capítulo sobre ese «enclave protegido» que incluye mi nuevo libro, tuve que buscar las respuestas a otras preguntas: ¿Qué ocurrió exactamente ese fatídico día? ¿Cómo se explica la vergonzosa actitud del batallón holandés que tuvo la obligación de proteger la aldea? ¿Quién y por qué ordenó parar el ataque aéreo cuando los aviones aliados ya estaban encima de las tropas de Mladic? ¿Quién ordenó y quién participó en el exterminio? ¿Cuántos de los ejecutores viven y trabajan libremente, muchos en la misma Srebrenica? ¿Por qué los comandantes de la defensa de la aldea abandonaron Srebrenica unas semanas antes del ataque de las tropas serbobosnias? ¿Por qué 20 años más tarde, cuando ya se sabe todo y después de que el TPIY ya lo calificara como tal, los serbios y serbobosnios no admiten que en julio de 1995 hubo un genocidio y no «un crimen, una acción descontrolada, una venganza» o, según uno de sus políticos, «el suicidio masivo de los bosniomusulmanes?»

Encontré las respuestas a todas esas preguntan excepto a una, aparentemente más obvia y sencilla: ¿Por qué?

SIN RESPUESTA

No creo que la respuesta la encuentren mis numerosos amigos, catalanes y españoles, que estos días están en Srebrenica. Gervasio Sánchez Olivier Algora han ido en una caravana llena de cámaras, otros con coches y bicicletas, mientras Xavi Manso, amigo de Sant Celoni, corría los 70 últimos kilómetros. Estoy seguro de que ellos no han ido a buscar las respuestas. Han viajado 2.000 kilómetros para estar y compartir.

Con toda mi familia, este sábado fuimos a Barcelona, donde conozco a mucha gente que hace lo que puede para que el olvido no cubra Srebrenica. A veces me invade la sensación de que hay más amigos de Srebrenica aquí, en Catalunya, que en los países vecinos de Bosnia.

En la manifestación, cada uno leímos uno de los 8.372 nombres de los ejecutados en el genocidio. ¿Puede que nos tocara pronunciar el nombre de algunas de «las historias escritas y borradas» que vimos en el Museo de Srebrenica, en Sarajevo?

FRACASO DE LA ONU

Leo y veo otra marcha, y no precisamente para compartir el silencio, de unos 'vecinos' serbios con insultantes pancartas contra las víctimas y con indumentaria y cánticos de sus verdugos, del 1995. «A veces parece como si estas 8.372 personas ni siquiera hubieran existido», comentó en Facebook mi amiga virtual Dunia.

Por eso, por el fracaso de la resolución sobre Srebrenica del Consejo de Seguridad de la ONU y por muchas cosas más, la advertencia del bosnio Refik Hodzic, director de comunicaciones del Centro Internacional para la Justicia Transicional, en Nueva York, me parece todavía más alarmante: «Cada genocidio es la extrema manifestación del racismo, y si no se derrota la política que lo ha provocado, hay muchas posibilidades de que se repita».