Editorial
La suspensión de licencias turísticas
El Ayuntamiento de Barcelona anunció ayer la suspensión de licencias de alojamientos turísticos en una medida que solo pudo causar sorpresa por la rapidez y discreción con que se ha presentado. Afectará, por ejemplo, a una treintena de permisos, entre ellos proyectos tan relevantes como el hotel de la Torre Agbar que iba a gestionar la cadena Hyatt. Era previsible que, como recogía el programa de Barcelona en Comú, Ada Colau anunciara un plan de choque para «poner orden», según sus palabras, en un sector en constante crecimiento en la capital catalana en los últimos años. Una expansión no exenta de problemas de convivencia entre visitantes y residentes, como ocurrió el pasado verano en la Barceloneta, y también de críticas por la pérdida de identidad a partir de un modelo de ciudad rendido a los evidentes beneficios económicos y puestos de trabajo que deja el turismo.
Esta moratoria de un año estará justificada si llega acompañada, como también dijo la alcaldesa, de un proceso de reflexión con la participación de todos los agentes implicados. Uno de los ejes del mismo debería ser la toma de iniciativas que conduzcan a una 'pacificación', de las zonas más céntricas de la ciudad. Es más que evidente que áreas como Ciutat Vella, la misma Barceloneta o los aledaños del paseo de Gràcia y la rambla de Catalunya sufren esta llegada masiva de visitantes, atraídos por un destino de primer orden. Sin ir más lejos, la abundancia de terrazas en lugares como la rambla de Catalunya o la plaza Reial ha reabierto el último debate sobre el uso del espacio público.
El primer objetivo de esta radiografía del sector que impulsa el Ayuntamiento debería ser intentar que el reparto de los beneficios del turismo llegaran a todos los barrios, potenciando la imagen de la ciudad más allá de la Rambla o el Gòtic. No tiene Barcelona una extensión desproporcionada, por lo que estimular el movimiento de visitantes y el alojamiento con hoteles medios y más baratos, hacia barrios periféricos no parece una quimera. Un desplazamiento, inferior a media hora en metro, les llevaría a lugares que cuentan también con atracciones turísticas. De la misma forma, hay que combatir el incivismo del turismo de borrachera o vigilar los pisos ilegales, otros dos problemas. Una tarea, sin duda, de envergadura.
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