ANÁLISIS

Un modelo de ciudadanía inclusivo

En torno al 40% de las parejas homosexuales se han casado, menos de la mitad que las de diferente sexo

KERMAN CALVO

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Muchos recordarán el entusiasmo con el que se recibió, hace ya 10 años ya, la legalización del matrimonio civil entre personas del mismo sexo en España. La fotografía de la ocasión celebraba el buen término de muchos años de activismo, al mismo tiempo que plasmaba el lógico entusiasmo ante los cambios inminentes en las vidas de muchos españoles. Pero, ¿en verdad ha supuesto la legalización del matrimonio igualitario tal cambio efectivo en la vida de lesbianas y gais?

Sin duda fue así en el caso de las casi 6.000 parejas del mismo sexo que contrajeron matrimonio civil entre el 2005 y el 2006. Rápida solución se puso a urgentes problemas vinculados, por ejemplo, con decisiones sobre tratamientos hospitalarios o la regularización de la residencia de los cónyuges extranjeros. La cuestión es que no muchas más parejas homosexuales han acudido al registro civil.

Gracias a investigaciones recientes sabemos que, al menos, 120.000 personas viven en una pareja formada por personas del mismo sexo (estas son las parejas detectadas a partir de los datos censales; la cifra real será muy superior seguramente). De ellas, más de 50.000 estarían casadas ahora (se han celebrado cerca de 30.000 matrimonios homosexuales en España, y la tasa de divorcio es aún muy baja). Concluiríamos, así, que en torno al 40% de las parejas homosexuales se ha casado. Parecen pocas, particularmente cuando más del 80% de las parejas de diferente sexo de larga duración han contraído matrimonio en España.

Condicionantes culturales

En realidad no son tan pocas. Los patrones de nupcialidad dependen particularmente de la descendencia: las parejas sin hijos se casan menos, y más tarde (y las parejas del mismo sexo, particularmente en el caso de los varones, viven mayoritariamente sin descendencia). Más aún, la tasa de nupcialidad en el caso de las parejas homosexuales sufre enormes variaciones en función del lugar; a tenor del trabajo del politólogo Ignacio Paredero, esta tasa es 20 veces superior en Barcelona que, por ejemplo, en Soria. Cabría sospechar, por lo tanto, que un buen número de parejas del mismo sexo mas o menos jóvenes, y sin hijos, no se casa precisamente por su juventud y falta de descendencia, y no tanto por su orientación sexual; además, muchas parejas del mismo sexo, aun deseándolo, no se estarían casando por condicionantes culturales y de presión social, que son lógicamente más severos cuanto más nos alejamos de las grandes ciudades. Aun con todo esto, la tasa de nupcialidad entre parejas de mismo sexo en España es superior a la de países como Canadá o los Países Bajos.

En cualquier caso, todo lo anterior es quizá irrelevante. El matrimonio igualitario, como casi cualquier otro derecho civil, encuentra su verdadera justificación en los principios políticos que aspira a consagrar, y no en el volumen de personas afectadas. No sabemos si las parejas homosexuales que han contraído matrimonio son más felices o no. Pero sí sabemos que tanto ellas, como el conjunto de la población homosexual, han experimentado una profunda transformación en su situación legal, política y cultural que, sin duda, nos acerca a un modelo de ciudadanía inclusivo e indiferente a la orientación sexual de quienes participan en ella.