OPINIÓN

Un poco de filosofía zen, por favor

ESTHER SÁNCHEZ

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Dicen que los occidentales, salvo honrosas excepciones, cultivan bonsáis como un pasatiempo más. Como aquél que se dedica a hacer bufandas de ganchillo o a jugar a pádel. Los japoneses, por el contrario, encuentran en ello una satisfacción intelectual elevada: la búsqueda del yo, de la perfección, del ejemplar sin mácula, la recompensa de unos esfuerzos continuados con los que se llega a alcanzar la revelación de lo bello.

En esta atmósfera oriental de contemplación y trabajo, sorprenderá conocer la historia de dos guardas de seguridad, Humberto y Celso, encargados de la vigilancia de un hotel en concurso de acreedores que se encontraba temporalmente cerrado a la espera de reanudar su actividad.

Fueron despedidos no sólo por sustraer herramientas de mano y diversos electrodomésticos de las instalaciones de la empresa, sino por dedicarse durante la jornada de trabajo a cultivar bonsáis de modo que, abstraídos como estaban de la realidad, tampoco fueron conscientes de que el personal que pululaba por el hotel también se dedicaba a llevarse objetos de toda índole, como si de cuatreros se tratara.

En instancia se declaró el despido improcedente, porque no se había acreditado suficientemente la apropiación de diversos efectos. Un toque de alerta a las empresas y a sus abogados para que, en cualquier medida disciplinaria, afinen al máximo con las pruebas. Lo que no se puede probar sin fisuras, no se puede sancionar.

En suplicación, se revocó la sentencia y se declaró la procedencia del despido por manifiesta vulneración del deber de buena fe.

No querría entrar en discusiones técnicas sobre el caso, ni detenerme en la infeliz casualidad de que Celso era miembro del comité de empresa. Algo que a todos aquéllos que creemos en el diálogo social ha de indignarnos y hacernos reflexionar sobre las competencias morales y profesionales que han de tener los representantes legales de los trabajadores.

Sí querría, no obstante, parar para preguntarme por los valores y por la conciencia en el trabajo. ¿Qué justificación razonable puede existir para la conducta de nuestros guardas de seguridad? De hecho, ¿eran conscientes de sus funciones y del rol que debían desarrollar? ¿O simplemente se reconocían como «obreros explotados», en una empresa en subasta, ante lo que debía gritarse el «sálvese quien pueda» o el «ande yo caliente, ríase la gente»?

El filósofo británico Alan Watts enfatiza que el zen no confunde la espiritualidad con pensar sobre Dios mientras uno pela patatas, sino que la espiritualidad zen es simplemente pelar patatas.

Quizás todos los Humbertos y Celsos que tienen la tentación de cultivar bonsáis, deberían buscar en su interior y procurar que sus actos entren en armonía con su entorno.