El Príncipe, cuando ficción y realidad nos son cercanas

XAVIER RIUS

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A las películas de cine y las series de televisión que abordan conflictos bélicos, sociales y políticos no se les pide que sean imparciales y, hasta fechas recientes, habitualmente sólo trataban conflictos pasados. En los años setenta iban de romanos, de indios y el Séptimo de Caballería, o de americanos y británicos luchando contra malvados alemanes y japoneses. En los ochenta y noventa llegaron las películas del Vietnam en las que los americanos ya no eran siempre los buenos, y en el dos mil llegaron las películas de Bosnia. Por lo general las series y películas se referían a conflictos que se consideraban cerrados y la audiencia valoraba que, más allá de tomar partido por unos u otros, mostrara el lado humano o permitiera empatizar con protagonistas de ambos bandos.

Tras el 11-S y Afganistán comenzaron las series y películas sobre terrorismo islamista, problemática que no estaba cerrada, y que en unos casos se abordaba desde un simplismo infantil, mostrando siempre a los musulmanes como los malos o infantiles, mientras que en otros se intentaba analizar las causas, la responsabilidad de Israel y Estados Unidos y mostraba su complejidad sin generalizaciones simplistas.

Pero ahora, que el terrorismo yihadista es la principal amenaza a la seguridad de Occidente y que los enquistados conflictos de Oriente Próximo y los países musulmanes han tomado una nueva dimensión tras la irrupción del Estado Islámico, presente desde Mosul hasta París, las tramas de algunas series llegan a las pantallas desfasadas en comparación con lo que nos muestran los telediarios.

La exitosa Homeland, producida por la FOX, terminó la pasada temporada mostrando una inexistente alianza entre Irán y Al-Qaeda. No es ningún secreto que los propietarios de la FOX compartían intereses económicos con los sectores republicanos e israelíes que deseaban que Obama ordenara un ataque aéreo contra las instalaciones nucleares iraníes. En los últimos capítulos vimos como el personaje de Nicholas Brody, considerado de Al-Qaeda, era acogido como un héroe en Irán. Pero mientras veíamos esto en las pantallas, no sólo el Pentágono había descartado totalmente atacar Irán, sino que la inteligencia y militares estadounidenses e iraníes luchaban juntos en Irak contra el enemigo común del Daesh o Estado Islámico que se había comido ya a Al-Qaeda.

Ahora que ningún lugar del planeta está libre de los atentados, proliferan las series y películas sobre yihadismo, sea el terrorista el hijo de un inmigrante magrebí, o un converso que pretende atentar contra sus vecinos europeos o americanos. En otros casos se trata de un universitario tunecino o marroquí que lo hace en Siria, o en un hotel de turistas en su país. Y la audiencia ya no lo recibe como una trama de algo lejano o pasado, sino que mucha gente se pregunta si el pakistaní a quien le ha comprado la pizza media hora antes de sentarse ante el televisor, si será de fiar o si acabará convirtiéndose en terrorista.

De los últimos capítulos de la pasada temporada de El Príncipe, la producción más exitosa de la televisión en España, se criticó a la serie que acabara mostrando a todos los personajes masculinos musulmanes como terroristas o narcotraficantes. Incluso Hakim, el policía ceutí que bebía vino, comía jamón y decía ser ateo, resultó ser un terrorista que se camuflaba. Generalización que sólo beneficia a los difunden ideas xenófobas, crispa la convivencia, y muestra una imagen distorsionada de la realidad, dado que la mayoría de víctimas del terrorismo yihadista son personas musulmanas consideradas impías por el Daesh por ser chiítas, laicas o no seguir el wahabismo.

Pero en la temporada actual, que concluyó el pasado martes, rompen con los estereotipos, y muestran personajes como Samy, el nuevo policía que es musulmán y totalmente comprometido contra el terrorismo. Así Samy, papel que interpreta Ahmed Younossi, es hijo de unos inmigrantes marroquíes fallecidos en los atentados del 11-M en Madrid, y cuando la agente Mati, que encarna Thaïs Blume, le pregunta cómo puede continuar siendo musulmán, él le responde que el islam que él aprendió de sus padres no tiene nada que ver con el odio y la violencia.

La serie, además, no ha quedado desfasada por la actualidad, dado que ha abordado cuestiones que han ocurrido estos meses, como los jóvenes de Ceuta y Melilla que marchan a luchar a Siria. O de conversos, como Sergio, que interpreta Diego Landaluce, un chico cristiano desarraigado que, carente de referentes, abraza el islam yihadista violento. Algo que descubrimos hace dos meses en Catalunya, cuando los mossos d’esquadra desarticularon la célula yihadista que dirigía un peluquero de Sabadell converso. Y esta capacidad de la trama para evolucionar simultáneamente a lo que vemos en las noticias, ha sido uno de los motivos de su éxito.

En la serie, que emitirá los que dicen ser sus últimos capítulos pasado el verano, hemos visto crecer a actores como Hiba Abouk, en su excelente interpretación de Fátima, con su amor posible o imposible con Javier Morey, o al malvado, cínico e imperturbable de su esposo Khaled, que interpreta Stany Coppet. Un malvado Coppet que repitió en su papel de malo impasible el pasado miércoles en Águila Roja como capitán de los Mosqueteros, y esta vez sí que recibió su merecido castigo con el filo de la espada y las garras de un tigre.

La serie, más allá de que la trama que nos insinua algún yihadista infiltrado en la cúpula del CNI, o que tal vez a los servicios de inteligencia franceses les pueda interesar desestabilizar Ceuta por motivos económicos, retrata la realidad de un desarraigo y los problemas laborales, sociales y de identidad de jóvenes de Ceuta y Melilla, muy similares a los que viven jóvenes descendientes de magrebíes en las Banlieues francesas. Unas circunstancias que les aboca al trapicheo, las drogas y la violencia, resultando el yihadismo violento para algunos la salida más fácil. Habrá que esperar a otoño para saber cómo termina el malvado Khaled, si Faruk recuperará a su hermana pequeña captada y engañada por yihadistas, y si tal vez encontrará un lugar en el mundo sin necesidad de traficar con drogas; cómo resolverán el inspector Fran, que interpreta José Coronado, y su esposa, la herida causada por la muerte de su hijo y, sobretodo, si Fátima sin velo y sin sufrir por sus hermanos, podrá iniciar una nueva vida con Morey, libre ya del yihadista de su marido.

En lo que es seguro que no habrá acuerdo, será en valorar a medio plazo, si la serie habrá servido para mejorar la situación del barrio ceutí del Príncipe, estigmatizado por la droga, el contrabando y el yihadismo, cuyas calles huelen a heroína y te con hierbabuena, y con qué personajes se identificarán a la larga sus jóvenes. Y es que no es lo mismo que empatizáramos más con los indios que con el Séptimo de Caballería, o con la vietnamita enamorada de un soldado de Los Ángeles que con su hermano del Vietcong, dado que esas películas recreaban el pasado. En el Príncipe, en cambio, vemos el presente y el futuro y las granadas no explotan en el Delta del Mekong, sino más cerca de casa.

(Post publicado en el blog de Xavier Rius)