Editorial

La crisis de los refugiados viaja hacia el norte

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La crisis de los refugiados se desplaza hacia el norte y abre una brecha que nunca debería haberse abierto entre vecinos y miembros de la UE como Italia y Francia. Es una brecha que no significa otra cosa que una derrota del proyecto europeo cuando se cumplen  30 años del tratado de Schengen sobre la libre circulación de las personas, que era y debería seguir siendo uno de los grandes pilares de la construcción europea. Ahora, como era previsible, las dramáticas imágenes de refugiados se concentran en los puestos fronterizos de Italia, como Ventimiglia, o en los grandes nudos ferroviarios del norte de aquel país, de donde salen trenes hacia Francia y Alemania. Allí se aglomeran grupos de estas personas en pésimas condiciones, a las que se les impide cruzar la frontera. No hay soluciones fáciles para esta crisis de refugiados, pero Europa no puede cerrar los ojos ni dejar que sean los países receptores los que se apañen en esta situación de emergencia. El primer ministro italiano, Matteo Renzi, ha anunciado que si la UE no se implica, su país obrará por su cuenta, algo que, más allá de si Roma tiene un plan b, sería un paso atrás de consecuencias desconocidas en la construcción europea. De momento solo tienen palabra en este último episodio de la crisis Roma y París. El silencio de Bruselas, es decir, del resto de países de la Unión, es ensordecedor. Europa ha perdido la memoria de cuando los europeos también hemos sido refugiados y migrantes. Y de uno y otro ha habido millones.