tú y yo somos tres

Sor Lucía Caram, horrorizada

Ferran Monegal

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No le encuentro más sentido a esta incrustación de sor Lucía Caram en el programa En la caja (Cuatro) que la de explotar el enfermizo placer de verla escandalizarse. La han transportado al lujo de Marbella, la han soltado en mitad de un campo de golf para multimillonarios, y ¡hala!, a peregrinar por aquellos andurriales visitando mansiones de 15 millones de euros, criaturas con coches de 350.000, muchachas y muchachos que han venido a este mundo a veranear y que se gastan cada semana 1.600 euros en unos zapatos o 7.000 en un bolso de marca. A la esposa de un chino forrado de millones sor Lucía le preguntó: «¿Y usted, a qué se dedica? ¿Qué hace? ¿En qué trabaja?». Y la dama, puesta sobre el green como un jarrón Ming de anticuario, respondió: «Yo tomo el sol, y copas, todo el año». ¡Ahh! Qué tour, qué vía crucis más canalla le han preparado a esta monja dominica del convento manresano de Santa Clara. La han sumergido entre ostentosas criaturas sacadas de aquel programa que se llamó Mujeres ricas (La Sexta, 2010), y de aquel otro de Cuatro titulado Hijos de papá (2011), y ella, como una humilde trapera de Emaús, iba de un lado para otro, zarandeada en un estertor de millonarios. Horrorizada, iba exclamando: «Empiezo a pensar que soy un marciano que ha aterrizado en un planeta diferente (..) Me encuentro desarmada (..) ¡El consumismo les consume! (..) ¡Empiezo a calentarme! (..) ¡Esto es insultante! (..) ¡Es humillante!». Hombre, si querían humillarla más y de paso conseguir un impacto televisivo más bárbaro, cuando la metieron a almorzar en la fastuosa mansión de Olivia Valère -la reina de las noches de Marbella-, en lugar de sentarla a la mesa la podían haber colocado de rodillas en el suelo, con un plato en la mano a la altura de la caseta del perro, y esperar a que le lanzaran las migajas sobrantes. En cierto modo, algo de eso hubo: mientras Olivia levantaba una botella de champán y decía: «Mire, sor Lucía, este champán lleva pepitas de oro de 23 kilates», mientras la francesa enarbolaba el champán, a sor Lucía solo le dieron de beber agua. ¡Ahh!  Exacto: una cosa es sentar un pobre a tu mesa, y otra que se te beba la reserva espiritual.

No comprendo los motivos que han movido a sor Lucía a aceptar esta tournée tan cafre. Quién sabe, quizá los millonarios le han dado alguna limosna bajo mano para sus obras de caridad. Aún así, ha sido un hiriente espectáculo.