Editoriales

Las lecciones de la difteria en Olot

Los ocho niños portadores de la bacteria no se encuentran enfermos porque en su día fueron vacunados

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La noticia de que ocho compañeros del niño infectado de difteria en Olot son portadores asintomáticos de la bacteria que provoca esta grave dolencia respiratoria genera inevitablemente un clima de incertidumbre social que debe ser combatido de forma eficaz por la acción de las autoridades sanitarias, tal como de momento está ocurriendo, y con el llamamiento a la calma general. Aunque resta aún mucha investigación por delante hasta hallar el foco emisor, la rápida detección del bacilo en estos ocho niños evitará que se conviertan en vía de contagio de una enfermedad que afecta a las vías respiratorias y que se transmite por el aire con un simple estornudo. Es de gran importancia resaltar que los niños portadores no se encuentran enfermos porque fueron en su día perfectamente vacunados. Es un detalle clave para afrontar el actual debate sobre la efectividad de las vacunaciones, tan estrambótico como falaz a estas alturas de progreso de la medicina. En realidad, estamos ante un problema del primer mundo, puesto que en países no desarrollados el dilema no es si vacunar o no sino cómo hacerlo al mayor número de personas para evitar su muerte.

En España la inmunización de la población no es obligatoria. Puede rechazarse aduciendo motivos de conciencia, por simple ignoracia o por creencias, como ocurrió con el niño que se halla gravemente enfermo de difteria tras decidir sus padres no vacunarle siguiendo preceptos de colectivos que defienden la aplicación de la medicina naturalista. Los argumentos de estos grupos antivacuna (por los efectos secundarios o la pretendida eficacia limitada...) han sido frontalmente refutados por la ciencia médica. En el caso de la difteria, la efectividad de la vacuna alcanza hasta el 95% de los casos y sus daños colaterales resultan mínimos.

La medicina lleva tiempo demostrando la necesidad de la prevención frente a la enfermedad y desmontando teorías seudocientíficas que ponen en peligro no solo la vida de quienes las siguen sino las del resto de ciudadanos a quienes pueden contagiar. El debate no puede ser ya si se debe o no vacunar. Eso no tiene sentido ni debe generar dudas. Quienes las tengan han de reflexionar sobre la irresponsabilidad social en la que incurren. El triste episodio de Olot debe servirnos de ejemplo de lo que no se debe hacer y una lección para no olvidar.