Tarek Aziz, un cristiano al lado de Saddam

XAVIER RIUS

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Este viernes murió en el hospital de una prisión de Bagdad Tarek Aziz. De 79 años, cristiano caldeo, fue viceprimer ministro de Irak en el los años previos a la invasión estadounidense de 2003 y ministro de Exteriores durante la invasión de Kuwait en 1990, y la posterior guerra Tormenta del Desierto de 1991 con la que se expulsó a los iraquíes del pequeño emirato petrolífero. Desde la ocupación estadounidense del 2003 Aziz estaba en prisión, y hace cinco años fue condenado a muerte pero no fue ejecutado.

En diciembre del 2002 y enero del 2003 pude conversar con él y asistir a varias ruedas de prensa suyas en Bagdad. Y a la pregunta sobre las armas de destrucción masiva con las que George Bush hijo justificaba la guerra que iba a empezar, Aziz repetía una y otra vez que se habían destruido tras la guerra de 1991, y que Irak no tenía nada ocultar. Y como se vio poco después, sus palabras eran ciertas. También decía que cada vez que a lo largo de la historia, una potencia extranjera había intentado conquistar, someter o gobernar a la antigua Mesopotamia o a Irak, fueran los persas, los turcos o los británicos, siempre habían fracasado. Y rogaba a los americanos que no entrasen en Irak dado que fracasarían. Y sin lugar a dudas el resultado de la ocupación estadounidense con la disolución de las instituciones, ejército y policía iraquí, decretada por los ocupantes, llevó al país al fracaso absoluto.

Él era de un pueblo cerca de Mosul, la mítica Nínive de la Biblia, capital de Asiria, uno de los lugares con más cristianos de Oriente Próximo que desde hace once meses está en manos del Estado Islámico. En tiempos de Sadam, el hecho de que un cristiano como Aziz estuviera en la cúpula del país era una garantía para el cerca de un millón de cristianos  iraquíes, garantizaba la pluralidad religiosa y un cierto laicismo del régimen, aunque ciertamente se perseguió a la mayoría chií.

En muchos momentos se le definía equívocamente como el número dos del régimen de Sadam, lo que no era cierto, dado que por encima de él estaban el hermanastro de Sadam, Barzan al Tikriti, Alí Hassan, conocido como Alí el Químico, o el vicepresidente, Taha Yassin Ramadan. Todos suníes y colgados en la horca en 2007. No era el número dos pero sí fue siempre una de las cuatro personas más cercanas a Sadam y, tal vez por ser cristiano, no cayó en ninguna de las purgas que Sadam hizo entre los cuadros dirigentes del partido Baas. Unas purgas que consagraban siempre los miembros suníes del clan de Tikrit y hacían desaparecer en dorados exilios o ejecutados por traidores, aquellos que le podían quitar el puesto. Pero Tareq Aziz, como cristiano, nunca habría podido ser jefe de un país musulmán, lo que para Saddam no lo hacía peligroso. Y el hecho de ser cristiano, con pinta de abuelo entrañable, que dominaba las buenas maneras y el perfecto inglés de la diplomacia, lo situaba en una posición inmejorable para dar una imagen de un Irak laico y moderno frente el retrógrado Irán de los ayatolás y las monarquías feudales de la Península Arábiga.

Mientras Saddam y los otros dirigentes fueron colgados por crímenes hechos durante la guerra de Irán y persecución de chiíes y kurdos, él, aunque fue condenado a muerte, salvó la vida, si bien el gobierno iraquí siempre rechazó las peticiones de indulto de su familia y de algunas comunidades cristianas de dentro y fuera de Irak. Y del cerca de un millón de cristianos que había con Saddam, ahora no quedan ni doscientos mil.

La persecución de cristianos comenzó poco después de la guerra, pero se intensificó con la irrupción del Estado Islámico. Las iglesias de Mosul han sido derribadas y parte de las mujeres cristianas que no pueden huir hace un año fueron ejecutadas o entregadas como esclavas sexuales por los soldados del nuevo califato del Daesh.

De ninguna manera pretendo justificar los crímenes de los que él fue corresponsable. Pero del mismo modo que el principio legal de la Autoridad Palestina que establece que el alcalde de Belén debe ser un cristiano -ahora la profesora de literatura Vera Baboun-, la presencia de un cristiano en la cúpula del régimen de Bagdad garantizaba una libertad y seguridad para una serie de minorías que vivían en la antigua Mesopotamia, antes de la aparición del islam. Y con su muerte en el hospital, desaparece el último alto dirigente iraquí vivo del régimen de Sadam. Un periodo que a pesar de la brutalidad del régimen con los opositores y la guerra con Irán, parece que para muchos iraquíes globalmamente, fue mejor que la actual.

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