El odio como arma política no construye nada
Carles Campuzano
Conseller de Drets Socials.
CARLES CAMPUZANO
Escribía Beveridge, en 1944, en el prólogo de su estudio 'Full Employment in a Free Society', que "el mayor daño del paro no es físico sino moral; no es la miseria que pueda causar, sino el odio y el temor que alimenta”.
Llevamos 7 largos años de crisis, y en Catalunya el paro sigue en cifras escandalosas, a pesar del incremento de la ocupación del último año. Estamos ante una durísima crisis, que se prolonga en el tiempo, que ha generado más desigualdad y pobreza; para miles de familias el presente y el futuro más inmediato sigue siendo muy negro y la mejora de los indicadores microeconómicos suena a retórica vacía. Los costes de la crisis se han repartido de manera desigual; los más frágiles lo han pagado caro, y no está claro que la recuperación se distribuye mejor. Las expectativas de muchos son magras y la fractura social se ha ensanchado.
Lógicamente, esta realidad tiene sus consecuencias políticas; entender los resultados de este 24 de mayo significa esforzarnos en entender los impactos de la Gran Recesión.
También, claro, todo es un campo abonado para aquellos que quieran hacer del odio un arma política.
Hace pocas semanas Gemma Ubasart, la secretaría general de Podemos en Catalunya, afirmaba en una entrevista en EL PERIÓDICO: "Después del 9-N, Artur Mas tuvo un mes de gloria, pero en el mitin del Vall d'Hebron [en diciembre con Pablo Iglesias] vimos el odio que despierta su persona, y este odio contra Mas es el que utilizaremos contra él en la campaña". Ciertamente luego se matizarán estas palabras, pero la campaña de Barcelona el discurso del odio vuelve a emerger.
¿Y es democrático convertir el odio en parte del relato de una fuerza política? Rotundamente no. ¿Y es progresista movilizar un sector de la ciudadanía sobre la base del resentimiento social? Rotundamente no.
El odio y el resentimiento nunca han construido nada: sólo han sido campo abonado por los demagogos, han provocado la ruptura social y han acabado perjudicando a los sectores más populares del país. Solo hay que leer un poco de nuestra historia, la catalana y la europea.
Precisamente, si algo tenemos que aprender de los países que tenemos como referente, aquellos que han sabido a lo largo de décadas poner en marcha economías abiertas y competitivas, sociedades más igualitarias, democracias más fuertes y vigorosas, es que sólo desde los grandes acuerdos de país, el pacto entre bloques políticos que representan valores y sensibilidades diversas, el pacto entre empresarios y trabajadores se construya el progreso y la prosperidad. Y esto pide una determinada mentalidad: pensar en el país de todos y no sólo en el país de los mios y entender que en democracia las ideas, los valores y los intereses de los demás son tanto legítimos como los que defendemos nosotros. Una mentalidad de la que se deriva la necesidad de saber construir una cierta idea compartida del interés general y el bien común.
En el tiempo que nos venden tocará recoser y recomponer el país en muchos sentidos. Hará falta generosidad y audacia. Generosidad con los que piensan diferente y audacia para las transformaciones y renovaciones imprescindibles. Valdría la pena que aquellos que se presentan como "nuevos" guardaran en el armario de las ideologías finiquitadas el discurso del odio. Un discurso que es muy viejo y, sobre todo, abominable. Y aquellos que aspiramos a representar el sentimiento soberanista, demócrata, interclasista, reformista y europeísta nos pongamos las pilas y vayamos a todas.
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