Monjas y políticos

XAVIER GINESTA

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El final de la campaña electoral para las municipales de este domingo ha tenido dos protagonistas de lujo: Lucía Caram y Teresa Forcades. Dos monjas que, desde hace tiempo, tienen un protagonismo mediático que ha molestado a más de un puritano. Los molestos, desgraciadamente, han sido los que en algún momento también habían enarbolado la divinidad para exaltar los valores de la españolidad, para orar por una rápida recuperación económica o son hijos del nacional-catolicismo franquista que tanto daño hizo en el país. Cosas de la política, desgracias de la España rígida que muchos queremos dejar.

La aparición de las hermanas Caram y Forcades en la escena de este país es una señal de normalidad. Más allá de sí, desde algunas congregaciones están o no de acuerdo en que se dé tanto protagonismo a las dos religiosas, que estas hablen de política (y se conviertan en abogadas de los más desvalidos, todos por igual) es una buena señal para reconciliar la sociedad catalana con las esencias del catolicismo. ¿Nos acordamos del rol que muchos párrocos tuvieron en la estructuración de comunidades religiosas de base que fueron síntoma de progreso y democratización de la España de los setenta y ochenta? Curas que desde sus parroquias contribuyeron al movimiento vecinal, ayudaron a publicar las primeras revistas en catalán o retornaron la humildad en las ceremonias religiosas. Publicanos, no fariseos. ¿Por qué ahora que, algunas han decidido romper definitivamente una lanza a favor del compromiso social (más asistencial o rupturista, pero social en definitiva) queremos enclaustrar sus mensajes de esperanza entre las paredes de los monasterios?

Si el Vaticano consideró Cataluña uno de los focos de la nueva evangelización en Europa es porque desde hace tiempo el mensaje religioso se había alejado del pueblo; y el ciudadano de a pie, receloso de la antigua alianza entre la espada y la cruz, había abandonado el conservadurismo de la Iglesia española a su suerte. Conservadurismo de la Conferencia Episcopal, que esta sí se ve legitimada y autorizada para hablar de política, o de algunos obispos catalanes que tampoco ayudan a consolidar comunidades religiosas de base que acerquen el mensaje religioso a lo que fue la esencia de los primeros cristianos. Muchos catalanes han rechazado este mensaje por falta de actualización, por poco conocedor de la realidad social, cruda para muchos, de este país.

Los diversos expertos en derecho canónico que han aparecido en los medios estos días ya han asegurado que el activismo político de Lucía Caram y Teresa Forcades no es excluyente con su misión de propagar el Evangelio. Soluciones hay, como la exclaustración temporal para Forcades (que parece la más decidida a formar parte de una lista electoral). Sólo falta que los fariseos de la Iglesia española, y su corte de supuestos puritanos, entiendan que la Cataluña del futuro también reclamará que la comunidad religiosa de este país pueda opinar (libremente) en el debate social y el nacional, en el marco de una sociedad que entronice los valores democráticos por encima de cualquier otros. Igualmente como la España visigótica nunca ha tenido problemas para escuchar la arcaica Conferencia Episcopal, ahora que algunos representantes de la Iglesia catalana vuelven a tomar parte pública y activamente de un proyecto contrario al antiguo régimen también tendría que alegrarnos.