El auge de los mensajes totalitarios

El lepenismo silencioso

La falta de respuesta democrática a la inmigración y la seguridad avivan los movimientos ultras

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XAVIER CASALS

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Abre los ojos es un lema electoral que gusta al PP. Lo empleó en las elecciones autonómicas vascas del 2009 en sendos espots que denunciaban una supuesta imposición del euskera y el efecto de la crisis bajo el gobierno del PNV. Ahora lo exhibe el PP de L'Hospitalet (segunda urbe catalana, con 253.518 habitantes), liderado por Sonia Esplugas, en su folleto de propuestas de seguridad e inmigración: exige cinco años de empadronamiento para acceder a ayudas sociales; rechaza guetos, pisos patera y top manta; desea limitar «locutorios, bazares y kebabs», y movilizar más policías contra la delincuencia, «venga de donde venga». La fórmula tiene este aval: «En Badalona la receta funciona».

En efecto, en el 2011 esta línea de acción encumbró a Xavier García Albiol a la alcaldía de Badalona, tercera urbe catalana (217.210 habitantes), y es la base de su campaña actual. Hoy asegura no perseguir «a nadie por ser de una nacionalidad concreta», pero rechaza a los inmigrantes «que han venido a robar, a delinquir y a hacer la vida imposible» a los demás. Afirma que si es reelegido seguirá «limpiando Badalona de todo lo que genera problemas con el resto de vecinos» y actuará «sin complejos» ante intentos de erigir mezquitas. En este contexto debe señalarse que el eslogan abre los ojos lo acuñó el Frente Nacional francés en 1989 (Inmigración… ¡Abrid los ojos!) y en 1991 las ultraderechistas Juntas Españolas lo introdujeron en Catalunya en un adhesivo: ¡Abre los ojos! ¡Bilingüismo es libertad!. Otra pegatina juntera clamó contra la inseguridad ciudadana con la consigna ¡Defiéndete!. Desde nuestra óptica, el uso de la consigna abre los ojos por el PP refleja que temas antaño marginales en la agenda pública hoy son centrales.

Por una parte lo ha testimoniado el ascenso de la Plataforma per Catalunya (PxC) liderada por Josep Anglada. La formación despuntó en los comicios locales del 2003, se afianzó en los del 2007 y en los del 2011 fue segunda fuerza en Vic (20%) e ingresó en la conurbación barcelonesa: L'Hospitalet (7,3%), Santa Coloma (9%), Sant Boi (10,4%), Sant Andreu de la Barca (5%) y Viladecans (5,5%). Sus siglas capitalizaron un malestar ante la inmigración y las élites políticas, pues la alusión a la casta formó parte del mensaje angladista antes de difundirla Podemos. Por otra parte, hizo eclosión una oferta rival en Badalona. Allí García Albiol apostó con éxito en las elecciones locales del 2007 por la inmigración y el orden público como temas estelares y captó el 21,8% de los votos. En las del 2011 perseveró en este argumentario y obtuvo la vara de alcalde con el 33,4% de votos. De este modo, en el área metropolitana emergió una doble oferta de derecha populista: el albiolismo (metropolitano y españolista, laico y castellanoparlante) y el angladismo (más comarcal e inspirado en «principios del humanismo cristiano e ilustrado» y del «catalanismo político»). Pero sus fronteras son porosas, como se ve al comparar el discurso de García Albiol con el decálogo de la PxC.

No obstante, esta situación no solo sucede en Catalunya. La ilustra también el caso de Javier Maroto, alcalde del PP de Vitoria (242.082 habitantes) al obtener el 29% de los votos en el 2011. Actualmente ampara una ILP para reducir los perceptores de la Renta de Garantía de Ingresos, excluyendo de este subsidio a quien carezca de permiso de residencia o cinco años de empadronamiento. Además, Maroto levantó ampollas al manifestar que marroquís y argelinos vivían «principalmente de las ayudas sociales» y no tenían «interés en trabajar». No debe olvidarse que España 2000, cuya divisa es los españoles primero (difundida por el lepenismo en 1979), tiene un edil en Alcalá de Henares, tercer municipio madrileño.

Este panorama indica que asistimos a la normalización de discursos propios o cercanos a la ultraderecha europea en grandes urbes. Cuando los modula el PP, como en Vitoria o Badalona, les otorga respetabilidad y centralidad. Son los síntomas del inicio de un cambio estatal de gran calado que pasa desapercibido por varias razones: se produce en comicios locales, carece de un liderazgo único, lo amparan rótulos distintos y sus focos son diversos. Nos referimos a la emergencia del fenómeno que el politólogo Piero Ignazi definió en 1992 como «contrarrevolución silenciosa»: un proceso de radicalización política y polarización antisistema que se desarrolla en un marco de crisis de confianza en el funcionamiento de la democracia, acompañado de falta de respuesta a cuestiones como inmigración y seguridad. Posiblemente el 24 de mayo esta contrarrevolución invisible conocerá progresos en las urnas. Y es que el lepenismo español no surge con estrépito en comicios europeos, legislativos o autonómicos, sino que emerge silente en la esfera local.