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Muchas casualidades no son una casualidad

mikel lejarza

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MIKEL LEJARZA

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Aunque con el paso del tiempo, y han pasado tres lustros, la memoria se deteriora, lo recuerdo más o menos así. La productora Zeppelin, dirigida por José y Secundino Velasco, era la responsable de una serie diaria que Tele 5 emitía antes del informativo de la noche, El Super, y durante varias temporadas logró un éxito considerable. Pero comenzaba a mostrar síntomas de debilidad, y la cadena les comunicó que planeaba cerrarla. Esto suponía dejar a la productora sin su principal activo y a muchas personas sin trabajo, por lo que los Velasco se pusieron a pensar cómo sustituirla. Encontraron un programa que acababa de estrenar un pequeño canal holandés, Veronika, en el que se grababan los mejores momentos de unas cuantas personas que vivían encerradas en una casa a las afueras de Ámsterdam, para luego, convenientemente editados, ofrecer los mejores momentos de su convivencia. La idea era solo en parte novedosa.

Los programas denominados de realidad son los únicos creados directamente desde y para la tele; todos los demás tienen antecedentes en cine, radio y teatro. Los realities no, son pura televisión. Así, años antes de que John de Mol creara Gran hermano, la NBC emitió en prime time Unsolved misteries, a cuyo éxito siguieron Rescue 911 o America's most wanted, que pasan por ser los primeros programas de telerrealidad. Pero también la MTV ofreció The real world en el lejano 1992; e incluso Supervivientes, con el título Expedición Robinson, nació ese mismo año creado por Charlie Parsons.

Cuando directivos de Tele 5 y Canal+ visitaron Gran hermano, se encontraron una casa oscura, rodeada de alambradas y en la que unas gallinas convivían con un grupo de personas que solo dormían. Era la antítesis de un espectáculo televisivo. Pero era algo nuevo, aunque también caro: construir la casa, llenarla de cámaras y grabar todo el día para resúmenes diarios de media hora era muy costoso. Por eso, inicialmente el proyecto se rechazó.

Pero el proceso coincidió con la salida de Quiero TV, plataforma de TDT de pago que se estrenó por entonces. Sus responsables compraron la idea. Había un plató (la casa), abierto las 24 horas, por lo que podía haber un canal que emitiera en directo lo que ocurría en esa mansión. La fórmula parecía atractiva: una nueva manera de ver la tele, con un contenido novedoso. Vía Digital también lo entendió así, y con la entrada de ambas plataformas de pago el proyecto comenzó a ser asumible en lo económico. Resuelto el asunto financiero, comenzaron los preparativos (que llevaron más de tres meses), en los que hubo una inteligente campaña de márketing que hizo que el programa fuera muy conocido incluso antes de su estreno.

Mientras llegaba el momento, Tele 5 cerró El Super y puso en su lugar, a la espera del gran estreno, un pequeño concurso que se emitía en el Reino Unido los fines de semana. Y ocurrió que ¿Quién quiere ser millonario? (así se llamaba originalmente, aunque se anunciaba como 50x15) se convirtió en ese corto espacio de tiempo en un éxito enorme. Y como en televisión nunca se cambia lo que funciona, hubo que buscar otro horario a los resúmenes de Gran hermano. El único espacio libre era la sobremesa. Pero, ¿cómo colocar a las 16.00 horas un show tan novedoso en una franja de público tradicional? ¿Cómo desperdiciar tanta inversión en un momento sin gran teleconsumo? Por eso, y para darle la máxima notoriedad posible, se decidió aprovechar la posibilidad de conectar en cualquier momento con la casa: con avances matinales, tras el informativo de la noche y dedicarle también un espacio en Crónicas marcianas. Luego, los geniales Xavier Sardà y Joan Ramon Mainat y el divertidísimo Boris Izaguirre descubrieron que allí había un culebrón en tiempo real, y el resto ya lo conocen.

El éxito fue enorme y, casi por casualidad, lo que era un programa semanal de prime time con resúmenes diarios, se adueñó de toda la programación del canal y creó un precedente que hoy continúa y que nada tiene que ver con el original holandés. Pero el primer Gran hermano tenía además una característica que no se ha vuelto a repetir, ni lo hará: al entrar en la casa, sus concursantes no sabían qué sucedía fuera y actuaron con total naturalidad. Ahora, los que participan saben qué hay que hacer para llamar la atención y ganarse un futuro puesto de tronista. Y, claro, no es el mismo. Pero es justo reconocer el mérito a quienes llevan 15 años reinventando un formato y encontrando, inventándose y ficcionando situaciones y personajes que hacen que mucha gente siga viéndolo. Ningún otro país lo ha conseguido y eso dice mucho a favor de sus responsables. El éxito de Gran hermano no es una casualidad. Aunque ya de real tenga muy poco, de novedoso nada y de interesante, menos.