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La edad de oro

Mikel Lejarza

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Dicen que estamos en la edad de oro de la ficción televisiva. Quizás me pueda la nostalgia producto de la edad, pero tengo serias dudas de ello. Fue hace décadas cuando se establecieron las reglas del género y se desarrolló el lenguaje narrativo de la ficción en TV; pero es cierto que, actualmente y en todo el mundo, la calidad del producto como tal está alcanzando un nivel de calidad sin precedentes. Pero esta coyuntura tiene al menos dos pequeños apuntes para ser completada. El primero estriba en que se trata, salvo honrosas excepciones casi todas ellas provenientes del Reino Unido (Downton Abbey, Luther, Sherlock, Line on duty o Broadchurch), de un fenómeno aplicable no tanto a la TV en su conjunto, como a plataformas y canales de pago de EEUU. Desde Los Soprano a Juego de tronos o True detective, son productos de la HBO; Breaking badThe walking dead o Mad men son de AMC; Homeland, Episodes, Master of Sex, de Showtime; House of cards la ha producido Netflix; Outlander tiene detrás a Starz, y Vikings, a History Channel. Solo las sitcoms permanecen como la seña de identidad más clara de la tele en abierto, y cualquiera de las actuales está muy lejos de los tiempos de Cheers, Friends o Seinfeld. Por lo tanto, estamos en la edad de oro de la tele de pago de EEUU. Ocurre que en nuestro país muchísima gente ve todos estos excelentes productos de forma gratuita descargándoselos, con lo que se produce un fenómeno extraño. Imagínense que tener un coche de alta gama fuera gratuito, llegaríamos a la conclusión de que el sector del automóvil nunca había estado como ahora en cuanto a cantidad y calidad. Pues con las series ocurre algo parecido. Y en segundo lugar, a la buena salud del género televisivo le acompaña una crisis en el cine, esta sí sin precedentes, con carteleras en donde salvo raras excepciones solo triunfan las películas infantiles y las sagas interminables en su enésima versión, efectos especiales cada vez más inverosímiles y costosos y relatos banales y vacíos. Hay una anécdota de Billy Wilder muy ilustrativa al respecto. Cuando la TV comenzó a ser un medio habitual en los hogares de EEUU tras la segunda guerra mundial, un buen amigo suyo se preguntó alarmado por el futuro del cine, ya que ahora «la gente podría ver gratuitamente películas en el sofá de su casa» gracias a los televisores sin necesidad de ir a las salas . El genial director de obras maestras como Nadie es perfecto, El apartamento o Sunset boulevard le contestó que  «mientras el cine tuviera la capacidad de hacer soñar a los espectadores de los largometrajes, no corría peligro». Han pasado muchos años desde entonces y la premisa sigue siendo válida. El enemigo no es internet , ni ninguno de los nuevos medios de distribución. Lo es, como siempre ha sido, aburrir a los usuarios. Y en ese sentido los productos de ficción televisivos son los que mejor se han adaptado a la nueva coyuntura del sector de la comunicación y a los actuales usos y costumbres de los usuarios, mientras que el cine anda escaso de ideas, se repite en exceso y necesita de espectadores capaces de permanecer desconectados del móvil durante dos horas. Algo que en estos tiempos produce urticaria a la mayor parte de quienes lo hacen.