Al contrataque
Caudillaje
Sílvia Cóppulo
Periodista y psicóloga.
Licenciada en Psicología y Doctora en Comunicación. Profesora de Comunicación en la Universitat de Barcelona
Sílvia Cóppulo
Compartía mesa con el malogrado actor Jordi Dauder escuchando su disertación apasionada acerca de la igualdad y los derechos de los trabajadores. Revolución, revolución, hay que hacer la revolución, insistía. Era extraordinario comprobar cómo su compromiso llegaba al mantel. Una primera figura de los escenarios defendía sin cesar la dignidad de los de abajo, entendiendo el teatro o la literatura como instrumentos que permiten crecer personalmente y luchar para defender los derechos de los trabajadores y, al fin, obtener una vida mejor.
El café humeaba cuando abrió un tema aparentemente colateral. Dejó las proclamas y bajó el tono. Se centró en él mismo y en otros primeros actores para reivindicar que quien actúa debe ofrecer un espacio emocional de libertad entre él mismo y su público, de manera que sea la gente quien elija si se deja llevar sin rechistar por la emoción que le transmite el artista en el escenario, o bien simplemente le aplaude pero sin entregarle el corazón. Lo explicaba como si se tratara de un principio ético. Y añadía que allá arriba, en los escenarios, son muchos los que se aprovechan de las carencias emocionales de quien está sentado en la platea para arrastrar sus sentimientos y conseguir aparecer ante él como el único dios terrenal a quien adorar.
En estos tiempos de supuesta regeneración política, recuerdo a menudo aquel encuentro al percibir un halo de esa manipulación. No se trata del eje ideológico derecha-izquierda, como no importaba si era Shakespeare o Molière. Pero advierto en algunos nuevos líderes la tentación del caudillaje dictando el pensamiento que quieren que sea el hegemónico para conseguir la adhesión incondicional de cuantos más, mejor.
Sin apoyo incondicional
Cierto es que el terreno de la necesidad está abonado y las demandas, insatisfechas. La decepción es inmensa y la falta de confianza en los poderosos aumenta a cada caso de corrupción. Esta es la situación de partida que provocó la indignación que debiera terminar configurando una propuesta clara. Claro que están legitimados tanto los nuevos ciudadanos como los que afirman que podemos. Pero, cuidado, que no adolezcan de querer arrancar el aplauso sin más. Sería bueno ir más allá de una operación discursiva populista con visibilidad de victoria. Populismo como forma de articulación política indistinta de la ideología. Confundir democracia con el partido propio era ya patrimonio común en las viejas formaciones políticas. Pero de si regenerar se trata, pido a las de siempre y a las emergentes el respeto a mi espacio de libertad. Hagan su oferta sin pretender arrancarme del estómago mi apoyo incondicional. Quiero decidir si se lo doy.
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