Al contrataque
Menos prohibir, más vivir
Sus historias eran muy complejas, la mayoría repletas de golpes negros del destino demasiado seguidos que los llevaron a la calle
Sandra Barneda
Periodista y escritora
SANDRA BARNEDA
No es fácil hablar de aquello que nunca he vivido: quedarme sin casa, sin techo y pernoctar en la calle, al raso, cubierta de cajas de cartón y recurriendo al alcohol para calentar mi cuerpo. Es la realidad de muchos invisibles, así los llamo porque la mayoría cerramos los ojos ante esa realidad. Ellos son el reflejo, como otros muchos, del fracaso del sistema de bienestar; los excluidos sociales, aquellos que carecen de recursos personales y económicos para ejercer con dignidad su derecho a la ciudadanía. La candidata del PP a la alcaldía de Madrid Esperanza Aguirre ha declarado su intención de prohibir dormir en la calle, matizando «en el centro de la ciudad», y que es un «fenómeno que hay que erradicar porque ahuyenta a los turistas». Ando perpleja desde el pasado lunes tratando de encontrar una letra de sensibilidad en sus palabras. Cierto es que los ayuntamientos disponen de instalaciones, como albergues y viviendas protegidas, donde la mayoría de ellos se refugian. En concreto en Madrid, de las 3.000 personas sin hogar, se calcula que 2.200 están a cubierto, mientras que 700 duermen entre cajas.
Limpiar las calles para que puedan pisarlas más turistas es un argumento deplorable que da para una retahíla de críticas razonadas y, por mi parte, más que consentidas. ¿Acaso estamos perdiendo el norte? Hace unos años vivía cerca de la plaza Conde de Barajas, donde algunos invisibles suelen pernoctar y, después de noches ignorando esa realidad mientras sacaba al perro, comencé a hablar con uno. En unas semanas las conversaciones eran habituales. Sus historias eran muy complejas, la mayoría repletas de golpes negros del destino demasiado seguidos que los llevaron a la calle.
Libertad y dignidad
Apenas les gustaba hablar de sus vidas pasadas, apenas conservaban la lucidez en el habla por el alcohol o el dolor incrustado. Los días más fríos accedieron a un albergue; apenas aceptaron cuatro jornadas. Incluso en ese conversar truncado, no fui capaz de meterme en su piel, pero tuve claro que, aunque perdieron hace mucho su dignidad, algunos se negaban a perder su libertad. ¿Acaso no es comprensible?
No es fácil salir de la calle. Primero hay que abandonar el abuso del alcohol u otras sustancias, luego recibir atención por los servicios de salud mental y, poco a poco, ir recuperando las habilidades necesarias para reintegrarse en la sociedad. Algunos países han invertido la pirámide y con la conocida iniciativa Housing First -primero la casa y luego dejar bebida y drogas- están logrando cambiar la vida de muchos sin hogar. Iniciativas, más acciones y menos prohibir en defensa de los turistas. ¿Se imaginan un día que solo a los guapos se les permitiera pasear por el centro de las ciudades? Menos prohibir y más vivir.
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