Análisis

La difícil laicidad

A los partidos les ha interesado tener a la Iglesia a su lado y un amplio sector de la jerarquía católica ha hallado ahí la forma de mantener su influencia

JOSEP TORRENS

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El funeral de Estado que ayer se celebró en la Sagrada Família de Barcelona en memoria de las víctimas del dramático accidente del avión de Germanwings ha vuelto a poner de actualidad una de las debilidades de nuestra sociedad, la relación entre los ámbitos civiles y religiosos.

La forma en que se produjo la transición hacia la democracia nos ha dejado varias debilidades que en los últimos tiempos afloran de manera preocupante: una democracia de baja calidad, una sociedad del bienestar muy débil, un modelo económico en manos de determinadas élites, una dudosa independencia de las instituciones básicas del Estado y una confusión entre la esfera civil y la religiosa, especialmente por lo que respecta a la Iglesia católica. A los principales partidos políticos les ha interesado tener a la Iglesia a su lado, y un amplio sector de la jerarquía católica ha encontrado en este empeño la manera de mantener su influencia, ya sea para favorecer leyes restrictivas de las libertades personales, para disfrutar de un trato preferente en la financiación, para influir en las leyes educativas o bien para disfrutar de un estatus social relevante en los actos de Estado.

Esta manera que tiene la institución católica de hacerse presente en el espacio público no es, desde mi punto de vista, la propia de los seguidores de Jesús, no es la que más conviene a la Iglesia para ser bien acogida por la sociedad y poder servirla. Muchos fieles católicos creemos que un marco de laicidad positiva es el más adecuado para la convivencia y la colaboración entre las creencias religiosas y las convicciones, y la sociedad civil, de la que también formamos parte. La laicidad debe permitirnos recuperar una mirada positiva hacia las religiones, las creencias y las convicciones, en la que estas aporten sus valores, que son muchos, para construir sociedades más humanas, justas, respetuosas y solidarias, ofreciendo a cada persona elementos de sentido para los momentos más significativos de su vida. Pero la condición para esta colaboración es que la religión, y en este caso el catolicismo, abandone de una vez por todas la pretensión de ser reconocida como preeminente ante las demás.

Por este motivo es tan importante que actos como el funeral de Estado de ayer encuentren su manera de expresarse sin tener que recurrir a referentes confesionales. Una sociedad que no encuentra unas formas propias para expresar transversalmente los sentimientos y las emociones más nobles nunca podrá sentirse plenamente libre de los condicionantes religiosos.

Ayer había personas que nos decían, a raíz de la nota crítica que hicimos pública Església Plural, que si se quería hacer un acto laico, no confesional, debería haberse organizado en un espacio civil. Nada que decir, pero como seguidor de Jesús, convencido de que mi fe tiene algo que aportar al bien común, creo que los espacios de culto deben estar abiertos a todos sin ningún peaje. ¿Se imaginan que la condición para acoger inmigrantes en una iglesia fuera que tuvieran que asistir a las misas que allí se celebran? Las iglesias son espacios sagrados precisamente porque manifiestan el amor de Dios hacia la humanidad, un amor gratuito y respetuoso con la libertad y la conciencia de cada persona.