Análisis

¿Quiénes vigilan nuestros pasos?

ESTHER MITJANS

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Los usuarios de las redes sociales denuncian la vigilancia que ejercen los poderes públicos en internet y se quejan de que las tecnologías se utilizan para el control social, mientras que la privacidad se considera un concepto abstracto y poco relevante. Basta con que un político invoque la seguridad para acabar con toda discusión o debate. Y es cierto, pues los datos masivos, o big data, permiten que determinadas categorías de personas sean injustamente objeto de sospechas por su perfil o discriminadas por un mal uso de sus datos sensibles.

No obstante, también el rastro que dejan estos usuarios en internet genera riesgos para ellos mismos. Con el desarrollo de las redes sociales es el propio individuo el que, diariamente, se convierte también en vigilante de aquellos con los que se comunica. Son los usuarios los que van dando sus datos personales y sienten curiosidad por la información de los otros. La exposición de uno mismo comporta un riesgo cierto que se asume tanto frente a los más próximos, ya sean la familia, los amigos o los vecinos, como frente a los desconocidos. Se ha desplazado la vigilancia hasta el punto de que muchos ciudadanos temen más este control interpersonal que el que procede de las instituciones oficiales estatales.

Pero, ¿por qué los ciudadanos siguen dando tanta información personal? Más allá de la necesidad humana de comunicarse, es la industria del entorno digital la que promueve activamente esta divulgación de datos. Las corporaciones multinacionales, sea Google, Apple o Facebook, proclaman que ya no existe privacidad y dejan en manos de los usuarios definir la frontera entre lo público y lo privado, apelando a su autonomía como individuos y rechazando cualquier intervención de los estados en defensa de tomar precauciones.

Únicos interlocutores

Estas potentes corporaciones del entorno digital pretenden erigirse como únicos interlocutores de los usuarios. De hecho, el internauta a lo largo del tiempo, puede ir desligándose de su entorno social tradicional, el de sus amigos, vecinos, conciudadanos, sociedad civil y política, nacionalidad e, incluso, de sí mismo. En cambio, la vinculación se va haciendo cada vez más estrecha con las novedosas y adictivas aplicaciones que ofrecen los gigantes de internet. Estos siempre estarán presentes en todas y cualquiera de las relaciones digitales, controlando al ciudadano sin darle información sobre el entorno en el que se mueve, ni tan siquiera informándole del uso que hacen con sus datos de carácter personal.

La vigilancia en internet es pues múltiple, no solo de tipo institucional e interpersonal, sino que también existe un entorno vigilante e invisible para muchos usuarios -Google, Facebook o cualquier otro proveedor de estos servicios- que controla nuestras relaciones y comportamientos, nuestro presente, nuestro pasado y, si es así, probablemente controlará también nuestro futuro.