La ciudad omitida

Un siglo de chabolismo

Decenas de miles de barceloneses habitaron viviendas más que precarias entre 1870 y 1990

RAMON FOLCH

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El término aduar es de origen árabe (duwwar). Se aplica a los habitáculos que los pastores nómadas ocupan temporalmente. Por extensión, también significa conjunto de casas precarias. Con este sentido la empleó el médico higienista Francesc Pons Freixa (1863-1938) en su obra Los aduares de Barcelona, publicada en 1929. De hecho, era una ponencia escrita con el arquitecto municipal Josep M. Martino, presentada en el Congreso Nacional de Higiene y Saneamiento de la Habitación celebrado en 1922 en Barcelona. Es el primer estudio sobre los barrios de chabolas de la ciudad, que para entonces ya eran importantes.

Los primeros barrios barceloneses de chabolas o barracas aparecieron en la playa de la Barceloneta (hacia 1870) y en Montjuïc (1885). Como toda ciudad industrial, Barcelona tenía su lumpenproletariat. Pero también un proletariado de aluvión, inmigrantes sin recursos venidos para trabajar en las grandes obras públicas (Exposición de 1888, construcción del metro, etcétera). Muchos procedían de Murcia, y de ahí el genérico murciano aplicado entonces a cualquier inmigrante pobre (en mi infancia, aún era corriente esta denominación).

La ciudad era incapaz de proveer de viviendas dignas a aquellas personas, que se hacinaban en chabolas construidas por ellas mismas en eriales abandonados. Aquellas barriadas no reunían ninguna condición urbana. No tenían agua corriente ni alcantarillado. Eran como las peores favelas o ranchitos de las actuales ciudades subdesarrolladas. Aún más precarias, porque las edificaciones no eran de mampuesto sino levantadas con maderos de derribo. Según Pons Freixaen los años 20 del siglo pasado había unas 6.000 barracas en Barcelona, distribuidas en varios lugares marginales, la mayoría en el litoral, en Montjuïc, al pie de Collserola y en la periferia del entonces aún incipiente Eixample. La nueva Barcelona crecía gracias al esfuerzo de la ciudadanía y al sobreesfuerzo de los recién llegados, que venían a ser una ciudadanía de segunda. O de tercera.

Con el franquismo, el problema se agravó. La miseria económica y social empujó a miles de andaluces y extremeños, entre otros, a emigrar en masa hacia los grandes centros urbanos. Barcelona fue uno de sus principales destinos. En los años 50, unas 100.000 personas, el 7% de los barceloneses, vivían en barracas. Había unas 20.000, en 138 grupos correspondientes a una docena de zonas. Vale la pena recordar las principales: Can Tunis (Jesús i Maria), playa de la Barceloneta (Somorrostro, Bogatell), playa del Besòs (Camp de la Bota, Pequín), Poblenou (Cementiri), Mont-juïc (Tres Pins, Maricel, Can Valero, etcétera), el Poble Sec, Diagonal (Santa Gemma), el Carmel (Turó de la Rovira, Can Baró), Sagrera (la Perona), Nou Barris (Verdum, Santa Engràcia) y el Guinardó (Sant Pau).

A estas barriadas de chabolas habría que sumar el llamado chabolismo vertical, las casas formales pero de baja calidad donde eran realojados los chabolistas a medida que el Servicio de Control y Represión del Barraquismo (¡qué nombre, por favor!) derribaba las barracas. Y también habría que añadir otras zonas de la ciudad donde crecían viviendas urbanísticamente reguladas, pero más o menos autoconstruidas. En suma, una parte considerable de la ciudad. Una subciudad que oficialmente no existía, porque el franquismo trataba de ocultarla. Aún hoy es más tranquilizador olvidarla. Pero sería indecente, entre otras razones porque no se entiende la Barcelona moderna sin aquel fenómeno social y urbanístico y porque muchos de los antiguos chabolistas viven todavía.

Esas personas sufrieron la ciudad insuficiente. Y contribuyeron a hacerla excelente. Algunas vivieron en lugares o momentos de chabolismo ya muy evolucionado, como el barrio de Rere Cementiri del Poblenou, de casitas humildes pero dignas. Otros o sus padres, en cambio, sufrieron frío, mala comunicación y privaciones en el barraquismo más ofensivo. Todo ello debe ser reconocido, agradecido y recordado. Es el propósito de la Comissió Ciutadana per a la Recuperació de la Memòria dels Barris de Barraques de Barcelona, que ha organizado exposiciones, ha promovido reportajes y actualmente coloca placas rememorativas en lugares como el Somorrostro, el Camp de la Bota, el Poblenou, el Poble Sec o Santa Engràcia.

Del aduar a la placa rememorativa: una historia urbana que habrá durado un siglo largo, de 1870 a 1990. Tal vez usted fue protagonista de ella o luchó al lado de quienes clamaban por una vivienda digna. Es la historia de decenas de miles de barceloneses. Paco Candel, Josep Maria Huertas, Jaume Fabre, José Martí Gómez, Mercè Tatjer y muchos otros la han reflejado en sus libros. La Comissió Ciutadana la ubica ahora en el lugar de los hechos. Para que no se repitan.