Debate sobre el modelo urbano

Relación entre ciudad y ecologismo

No es conveniente crear parques lineales, que se convierten en una frontera verde que aísla

JOSEP OLIVA CASAS

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A partir de la aparición de la especie humana, producto de la evolución, la humanidad vivió en plena naturaleza durante muchísimos siglos y llevaba una vida nómada. Fue una etapa muy larga en la que la naturalidad era total. El descubrimiento de la agricultura y la ganadería con la consiguiente necesidad del sedentarismo y de realizar intercambios, junto con pequeños avances tecnológicos hicieron aparecer la ciudad. Este hecho se produjo entre los años 3.000 y 4.000 a. C. en la confluencia de los ríos Eufrates y Tigris, en la antigua Mesopotamia. De entrada, su esencia y razón de ser es la artificialidad y de ahí viene la frase «la ciudad es la mayor creación artificial del hombre». Por lo mismo, surgió la dialéctica ciudad/campo, poniendo de manifiesto que son dos realidades opuestas.

La artificialidad de la ciudad es antagónica de la naturalidad del territorio restante. Desde el urbanismo son consideraciones que nunca hay que perder de vista. Por una parte, aparece un espacio público complejo donde se favorece la transmisión de información y se facilita el intercambio de todo tipo de productos: surgen los valores urbanos que se traducen en la adquisición de cultura urbana. Por otra parte, es muy lógico que los humanos arrastremos un atavismo que nos liga a la naturaleza. La existencia de las ciudades plantea, pues, la compatibilidad entre la anterior naturalidad y la convivencia con la posterior artificialidad. Hay que aclarar que esta realidad se refiere a la ciudad clásica o mediterránea.

Ahora bien, la ciudad histórica tenía unas dimensiones muy discretas (pensemos en Ciutat Vella) de manera que el campo resultaba tan próximo que no hacía falta introducir la vegetación dentro del tejido urbano. Pero a raíz de la Revolución Industrial las ciudades experimentaron un aumento considerable de escala y entonces se hizo imprescindible crear una red completa de parques para responder al susodicho atavismo de querer conectar con la naturaleza.

Y ahora entra en escena el ecologismo. Desde hace unos años, los humanos estamos maltratando el planeta en una serie de cuestiones. La excesiva emisión de CO2 a la atmósfera (mención de los coches), la progresiva pérdida de diversidad (animal y vegetal), la ocupación masiva de superficie terrestre, la desertización de antiguas masas forestales, la degradación del fondo marino, la explotación de la pesca, la continua extracción de recursos no renovables, la excesiva producción de residuos muchos de ellos no reciclables y el posible problema de la demografía. Estamos trastocando el equilibrio inestable, pero equilibrio al fin y al cabo, que permite el mantenimiento de las condiciones de vida en la Tierra. Modificamos el estado de la biosfera que ya empieza a ocasionar inquietantes efectos como el cambio climático. Todo ello nos encamina hacia una creciente insostenibilidad, es decir, a una crisis ecológica

Un de los factores que pueden paliar el problema es, justamente, el mantenimiento del modelo de ciudad clásica mediterránea, la estructura urbana de la cual se adapta perfectamente a los requerimientos del ecologismo y solamente se ha de aplicar a sus edificios un buen aislamiento térmico y la producción de energía renovable. Esta ciudad, que hace bandera de la artificialidad, imprescindiblemente ha de ir acompañada de una completa red de parques urbanos de diferentes dimensiones: jardines de vecindad, parques de barrio, parques a nivel de ciudad y grandes parques periféricos de fácil accesibilidad, normalmente de uso no cotidiano.

El instrumento de la ciudad clásica combina perfectamente los valores urbanos con la buena adecuación a los principios del ecologismo, cualidades que la convierten en la ciudad del futuro. No se trata, pues, de renaturalizar el tejido urbano sino de priorizar la artificialidad en el interior de la ciudad y, a la vez, siendo respetuosos con el ecologismo. Tampoco es conveniente diseñar parques lineales porque crean una frontera verde que, urbanamente, aísla los dos lados de la trama produciendo muchas discontinuidades urbanas que suponen inseguridad para el peatón. Es especialmente cierto a algunas horas del día al haber tramos de calle con acompañamiento de parque a los dos lados. Y es que una cosa es plantear una completa red de parques (compatible con los valores urbanos) y otra muy distinta querer renaturalizar la ciudad que aboca al radicalismo ecológico. Hay que distinguir la lógica urbana de la ecológica. Los antecedentes y razonamientos conducen la ciudad futura a dos conclusiones: ni situar parques en lugares singulares ni diseñar espacios de vegetación alargados.