Crisis política y social en el país sudamericano
Venezuela, el ocaso de la libertad
Las instituciones venezolanas son púlpito y correa de transmisión del Gobierno de Maduro
Rubén Herrero de Castro
Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid.
RUBÉN HERRERO DE CASTRO
Hace pocos días, la Unión Europea aprobaba una resolución contra la represión que perpetra el régimen chavista de Venezuela contra la sociedad civil y política. Como diría el gran merenguero Johnny Ventura, esto no es nuevo, no es cosa de ahora. Son ya muchos años de desolador chavismo, miseria económica y recorte de libertades en Venezuela. Para entendernos, socialismo en acción. Cada vez le cuesta más a la dictadura venezolana disimular su auténtica naturaleza. Para blanquear su imagen, el poder establecido celebra de forma compulsiva simulacros de elecciones y consultas donde de forma obscena monopoliza los canales de comunicación, distribuye limosnas electoralistas y cerca física y judicialmente a la oposición.
Democracia no es solo elecciones, es ingeniería civil, libertad de expresión y separación de poderes. Nada de esto existe en Venezuela. No hay independencia judicial sino servilismo político. Ante la gravedad de los hechos acaecidos en las últimas manifestaciones salpicadas de brutalidad policial, y cuya última víctima mortal fue Kluiverth Roa, un niño de 14 años, no ha habido una sola diligencia judicial. Los jueces callan también ante el emprisionamiento de Leopoldo López en una cárcel militar, al que ahora someten sin el menor sonrojo a un vergonzoso juicio sumario y político, en la línea de la mejor tradición socialista. Las instituciones venezolanas son púlpito y correa de transmisión de la voluntad del Gobierno, donde se ha llegado a agredir de forma salvaje a parlamentarios como Corina Machado, Wiliam Dávila y Julio Flores. Forman parte de esta lógica autoritaria y chavista las amenazas vertidas por la ministra de Prisiones, Iris Varela, a Enrique Capriles: «Estoy preparando una celda donde vas a purgar tus crímenes». O la autorización del Ministerio de Defensa para «usar fuerza potencialmente mortal» para frenar las protestas. En esta dirección, el deporte favorito del régimen, además de encarcelar a opositores, es cerrar medios de comunicación. Todo este paisaje aderezado por un clima de violencia irrespirable, promovido por el poder, donde la impunidad es la norma alcanzando el 90% respecto a delitos cometidos (según datos de Observatorio Venezolano de Violencia) y se han registrado en los últimos 15 años más de 200.000 asesinatos. Todo ello en medio de una terrorífica situación económica, provocada por la disparatada planificación económica del chavismo y su hiperdependencia del petróleo. Un país que nada en petróleo tiene que administrar con eficiencia los recursos que posee y los beneficios que obtiene, diversificando su economía y no depender en exclusiva de ellos o, peor aún, regalarlos a la sórdida tiranía comunista de Cuba.
Al frente de este caos hay un resentido social, que atiende al nombre de Nicolás Maduro. Este dice recibir por boca de un pajarito mensajes del más allá enviados por el anterior dictador, Hugo Chávez, del cual también dice reconocer su rostro entre los escombros de unas obras. De entre todos sus delirios este último podría ser el que más visos de realidad pudiera tener, dada la ruinosa situación a la que el chavismo ha arrastrado a Venezuela. Y como todo proceso autoritario, la situación solo hace que empeorar. El desabastecimiento de productos de primera necesidad y la creciente poda de libertades, han conducido a manifestaciones de descontento popular. Todas ellas saldadas con un superávit de violencia a favor del régimen, que encarceló a los opositores Leopoldo López (líder de Voluntad Popular) y Daniel Ceballo (alcalde de San Cristóbal) en el 2014. Esta ola represiva fue documentada y denunciada en el informe de Human Rights Watch Castigados por protestar, de mayo del 2014. Una condena a la que se ha sumado Amnistía Internacional. Pero nada detiene a los chavistas. Hace poco se detuvo por voluntad de Maduro al alcalde del distrito de Caracas, Antonio Ledezma, bajo los imaginarios cargos que operan sobre las detenciones políticas, conspiración para la comisión de un golpe de Estado.
Se pierde la cuenta ya de las veces que el amado líder ha denunciado ser objeto de una conspiración para derribarle. Todo ello sin prueba alguna, más que su verborrea insoportable. La naturaleza política de las detenciones la señaló el propio Maduro cuando declaró que solo era posible la liberación de Leopoldo López si lo enviaba a EEUU como canje por el terrorista Óscar López Rivera. Por si alguien dudaba de la inexistencia de la separación de poderes en Venezuela, ahí está Maduro disponiendo de los venezolanos, como si se tratase de peones de ajedrez. Cada vez hay menos tiempo y mientras Castro, Mugabe y Maduro ríen, la libertad se muere en Venezuela.
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