Cambios en el tablero político catalán
La refundación de Convergència
La mutación de CDC obedece más a una necesidad táctica que a una transformación meditada
Salvador Martí Puig
Catedrático de Ciencia Política de la Universitat de Girona
SALVADOR MARTÍ PUIG
Uno de los temas principales de la política catalana hoy es la inminente transformación de un sistema de partidos que, si bien con cambios graduales, se ha mantenido estable desde los años 80. El presumible cambio del sistema de partidos catalán que todo el mundo espera después del 27-S es fruto de múltiples factores. Desde las primeras elecciones a la presidencia de la Generalitat en 1980 hasta hoy la sociedad catalana ha cambiado profundamente tanto a nivel social, económico, demográfico y cultural como ideológico. Pero esta no es la razón del cambio que veremos, pues ya lo era (diferente respecto a 1980) hace 10 o 15 años. Es por ello que hay que preguntarse por qué es ahora cuando se quiebra el sistema de partidos y no hace una década o un lustro, y también por qué el partido dominante en las autonómicas catalanas, Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), está llevando a cabo ahora una profunda mutación en sus mensajes. Este artículo pretende responder la segunda de las preguntas.
Se ha escrito bastante sobre si CDC se ha refundado o no. Astrid Barrio exponía en este mismo diario que el partido que fundó Jordi Pujol en 1974 se ha transformado a raíz de un proceso largo y profundo, fruto del recambio generacional de su dirección y de la sustitución del discurso autonomista por el independentista. Discrepo de esta tesis, si bien es la tesis que el mismo partido expone en su página convergents.cat. Mi interpretación es que la mutación convergente está más relacionada con una necesidad táctica que con una transformación meditada y profunda o una reformulación de los intereses que representa y defiende. En mi opinión, CDC y Mas han abrazado la bandera del soberanismo por una doble necesidad. En primer lugar, la de buscar una nueva fuente de legitimidad tras la combustión del capital simbólico que representaban Jordi Pujol y su discurso moral (y moralizante); y en segundo lugar, por la necesidad de enfocar el debate político catalán en el eje nacional para poder arrinconar el debate social, que les obligaba a dar cuentas de la política de privatizaciones y de los recortes de los servicios sociales que CiU ha impulsado desde el Govern.
Pero, sobre todo, creo que la adhesión al independentismo de CDC está relacionada con la lucha enconada que mantiene con ERC para hacerse con el voto catalanista. Un voto que se ha ido haciendo soberanista a golpe de sentencias del Constitucional, de la crisis institucional, de los mensajes de los tertulianos de la Corporació de Mitjans Audiovisuals y de las declaraciones de miembros del Gobierno del PP.
Cualquier analista demoscópico sabe que actualmente la única forma de mantenerse en una posición clave en el tablero político catalán es poder atraer el voto soberanista, y desde hace poco este voto era casi exclusivo de ERC y, en menor medida, de la CUP. No es extraño, pues, que la vehemencia del mensaje independentista de Mas, realizado desde una postura que nos recuerda la fe del converso, esté relacionado con la supervivencia de CDC cuando se está reestructurando el sistema de partidos. Este relato es más verosímil que la voluntad real de cambio de un partido cuyos cuadros siguen impulsando las mismas políticas y defendiendo a antiguos compañeros pendientes de juicio por prácticas corruptas. CDC habla de transparencia mientras tiene su sede embargada y está pendiente de múltiples casos de corrupción, habla de progreso social mientras recorta y privatiza servicios, y habla de estructuras de Estado cuando con un mandato y medio ha creado poco más que la Grossa de Cap d'Any. Si todo el mundo sabe que sus mensajes de transparencia y cohesión social son humo, ¿por qué hemos de creer que los mensajes sobre soberanismo no lo son?
Uno de los politólogos que mejor han analizado los partidos, Angelo Panebianco, expone que los partidos no son lo que dicen ser, y que para conocerlos se debe tomar distancia de su discurso y ver lo que hacen. También Giovani Sartori, otro politólogo de referencia, dice que los partidos no cambian por iniciativa propia, sino por exigencias del entorno, que les obliga a transformarse para sobrevivir. Creo que la mutación de CDC es más estética y simbólica que sustantiva, y que el cambio que propone es gatopardiano. Seguro que más de uno de sus cuadros repite la frase de uno de los protagonistas de la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa El gatopardo según el cual «es necesario que algo cambie para que todo siga igual». El objetivo de CDC es seguir siendo el partido hegemónico del catalanismo en el nuevo sistema de partidos y, por ello, hay que interpretar su discurso más en clave doméstica y táctica que como mensaje a Madrid o a Europa.
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