ANÁLISIS
Sangre en el colmillo
El Barça es hoy un conjunto instintivo, que acelera y percute sin meditar, sin mesura ni protección. Un Barça más 'animal'
Martí Perarnau
Periodista
MARTÍ PERARNAU
Como ha escrito Raúl Caneda, Messi dejó de ser la guinda del pastel para convertirse en pastel y guinda. Fenómeno indescifrable. Cómo se ha llegado a esta combinación letal que mezcla lo sólido con lo líquido y lo gaseoso merecerá un estudio futuro, si es que alguien se atreve a analizar tal proceso misterioso en el que la táctica del equipo ha quedado supeditada a la dinámica del individuo. El Barça de hoy es Messi, y Messi es, al mismo tiempo, un equipo completo en sí mismo, ecuación que evoca viejos preceptos religiosos pues sabido es que la religión es misterio, el fútbol es una religión y el misterio rodea al fútbol. No nos enredemos más: Messi es la hostia.
Con la multiplicación de los pases y los goles, Leo ha acabado con dos años de juego melancólico en los que el Barça se fue perdiendo en un jeroglífico de plomo, buscando respuestas que no encontraba, hasta que el pequeño argentino se levantó de la cama sin resolver el enigma pero acelerando como alma que lleva el diablo. Aún no conocemos la solución del jeroglífico, pero sí que el Barça ha salido de él a toda pastilla, y ya nadie se interroga por lo que pasó, ni qué remedios se adoptaron; al fin y al cabo, el galgo corre y corre sin mirar atrás.
Como buen galgo, al Barça se le advierten carencias. Más que un equipo pensado y repensado, que es lo que fue, hoy se muestra como un conjunto instintivo, que acelera y percute sin meditar, también sin mesura ni protección. Un Barça más animal. De vez en cuando le sueltan un sopapo, está claro, aunque pocas veces le tumban. Y cuanta más sangre olisquea, más percute. El Barça cerebral que se burlaba del azar ha desembocado en el Barça pasional que ni mira ni pregunta. En definitiva, todo equipo acaba teniendo el carácter de su entrenador y Luis Enrique ha conseguido transmitir el suyo tras varios meses de prueba y ensayo. Su equipo se le parece, en lo bueno y en lo mediopensionista, en que primero dispara y luego pregunta, y corre, galopa, se aturde, zozobra y vuelve a galopar y a disparar.
Dejó dicho Faraday que los polos opuestos tienden a la atracción y tras años de encarnar modelos contrarios, Barça y Madrid han aproximado posiciones hasta confluir en un peculiar intercambio de ropajes. El Barça corre y remata, encomendado al binomio portero-delantero, como tantas veces antaño hicieran los blancos, que a su vez han contratado centrocampistas que bien podrían estar retozando en el Camp Nou, de rondo en rondo hasta el capítulo final. Las dinámicas de hoy no lo aparentan, pero a lo largo del campeonato el Barça se ha parecido al Madrid que apostaba todo a su principal delantero y el Madrid ha recordado al Barça de los centrocampistas y la orfebrería. Probablemente solo hayan sido apariencias y ambos modelos no se hayan aproximado tanto como parecía antes de Navidad, cuando aún no se había producido el advenimiento de la gastroenteritis de uno y la pájara de los otros. Hoy, en cualquier caso, todo lo anterior se antoja provisional pues bastará un chispazo para arder.
El Madrid de este momento sufre nuevamente el mal que le ha aquejado los últimos años: juega descosido y defiende con siete porque los tres de arriba no se bajan del ático. Ancelotti lo resolvió el año pasado dictando un 4-4-2 que obligaba a Bale a trabajar y en días de angustia, el entrenador italiano acostumbra a aferrarse a sus certezas victoriosas. Contra el Messi de los sopapos, parece lo más sensato.
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