No hay manifestaciones por las patatas fritas

ANDREU PUJOL

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La galería Francesc Mestre de Barcelona presentó el pasado jueves una exposición de dibujos y grabados de Josep Obiols, artista 'noucentista', padre del que fue el líder del socialismo catalán Raimon Obiols. Como mínimo, todos hemos visto una de sus obras más insignes, que es el cartel hecho en 1922 para la Associació Protectora de l’Ensenyança Catalana, dónde se ve un escolar yendo a clase con una carpeta debajo del brazo y una bandolera amarilla colgando de su hombro.

Con el cartel de Obiols pienso en Teresa Solà, una maestra de mi pueblo de Breda que se dedicó a hacer clases clandestinas de catalán en su casa durante el primer franquismo, a las que acudían unos pocos chavales que se acordaron de aquello toda la vida. Pienso, también, en los maestros de catalán formados por Òmnium Cultural durante el tardofranquismo y en los padres castellanoparlantes que lucharon por la inmersión lingüística porque la veían cómo una oportunidad para sus hijos. Los catalanes del norte de La Bressola, los miembros de Escola Valenciana y el profesor mallorquín Jaume Sastre, que hizo una huelga de hambre para defender una educación digna en catalán.

La militancia por la escuela catalana tiene, pues, muchos años y esto no es ninguna buena noticia. No existe en Francia una militancia por la escuela en francés, ni en Inglaterra la militancia por la escuela en inglés, del mismo modo que no hay manifestaciones defendiendo la ley de la gravedad ni la existencia de las patatas fritas. Nadie milita en servicio de la normalidad si no se vive en una situación anormal.

El Partido Popular de Catalunya ha puesto en marcha, en su página web, una campaña para fomentar entre los padres la solicitud de cursar la educación primaria en castellano. La escuela, ellos lo saben, tiene un papel importante –como lo tienen los medios de comunicación– cuando se trata de construir una "comunidad imaginada", hablando en los términos que el académico irlandés Benedict Anderson acuñó para referirse a la nación. La escuela fomenta unos referentes comunes que hace que el chico de York y la chica Exeter se reconozcan como miembros de una misma comunidad, sin ni siquiera haberse visto nunca. Por eso los estados han procurado siempre hacerse con el control de los currículos escolares, como han intentado controlar el espacio radioeléctrico.

Pero si la cuestión fuera sólo ésta, les bastaría al PP, Ciudadanos y otros cafres la defensa a ultranza del papel del estado en el control del currículo escolar. Lo que denota, en cambio, ésta obsesión por el asunto de la lengua es que, en su idea de España, cualquier cosa que difiera de la realidad castellana es una molestia que se debe resolver paulatinamente. "Soyez porpres, parlez français", decían rótulos en los patios de las escuelas del Rosellón. Ahora ya no lo pone porqué no es necesario. Y yo, por si acaso, ya me iba.